Breve síntesis de la

ENCÍCLICA FIDES ET RATIO

 

En el corazón de cada hombre surgen algunos interrogantes que superan las diferencias de cultura, nacionalidad, raza o religión: <¿Quién soy?, ¿de donde vengo y a dónde voy?. ¿por qué existe el mal?, ¿qué hay después de esta vida?>. n1 Sobre la base de estas experiencias fundamentales el hombre construye su vida y le da sentido. Le decimotercera encíclica de Juan Pablo II toma pie de estas preguntas fundamentales y les da una respuesta basada  de la verdad en la fe de Jesucristo.

Transcurridos más de 100 años desde la Encíclica Aeterni Patris de León XIII (4 de agosto de 1879), Fides et ratio propone nuevamente el tema de la relación entre fe y razón o, si se quiere, entre teología y filosofía. La Encíclica reúne todos los requisitos para ser considerada un documento <histórico>. ¿Por qué la fe debería ocuparse de la filosofía y por qué la razón no puede prescindir de la aportación de la fe? Las preguntas planteadas por Juan Pablo II no quedan sin respuesta. No se plantean como un mero ejercicio teorético –el tema, a primera vista, podría introducir a esta interpretación- sino que tiene un carácter profundamente existencial, porque determinan el comportamiento de las personas. Fides et ratio arranca de una situación cultural que se ha hecho insostenible y que ha llevado hasta sus últimas consecuencias la separación entre fe y razón. Este documento desea sensibilizar a quienes respetan la verdad y son responsables del pensamiento y de la cultura, a fin de que se fijen en lo esencial, sin ningún tipo de prejuicio ni límite alguno.

La Encíclica es  una reflexión de gran alcance filosófico y teológico, Juan Pablo II, más que adoptar una actitud de condena, plantea un problema serio que suscitará un amplio debate entre los hombres de cultura: ¿Por qué la razón quiere impedir a sí misma tender hacia le verdad, mientras que por su misma naturaleza tiende a alcanzarla? El documento contiene los medios idóneos que permiten la búsqueda incesante de la verdad, no teniendo más límite que la verdad misma. A pesar de esto, diversos movimientos filosóficos contemporáneos, consecuencia última del pensamiento moderno que ha entrado en crisis, insisten en querer ensalzar la debilidad de la razón, impidiéndole, de hecho, ser ella misma. De todo ello ha surgido una visión del hombre y del mundo que ha favorecido el arbitrio y el pragmatismo (cfr. N. 5), difundiendo un escepticismo generalizado según el cual <todo se reduce a opinión>.y <se conforma con verdades parciales y provisionales> (n.5)

Ya desde la Introducción, en la que se sintetizan todos los temas que son objeto de la Encíclica, Juan Pablo II, basándose en su <diaconía de la verdad> (n.2), defiende la grandeza de la razón. Aunque parezca paradójico, sobre todo si se mira la historio del último siglo, la razón encuentra su ayuda y apoyo más precioso en la fe, la aliada fiel que le permite encontrarse a sí mismo. La fe cristiana, por otra parte, no podría confrontarse por mucho tiempo con una razón débil; en efecto, incluso ella tiene necesidad de una razón que se fundamente en la verdad para justificar la plena libertad de sus actos.

El objetivo de la Fides et ratio es, en definitiva, dar confianza al hombre contemporáneo (cfr. N. 6). Dado que con la Veritatis splendor –de la cual es continuación- el Papa quiso llamar la atención sobre algunas verdades de orden moral que habían sido olvidadas o mal interpretadas, con la presente Encíclica Fides et ratio quiere referirse a la verdad misma y su fundamento en relación con la fe. Más incluso que una exigencia justificada, Juan Pablo II lo siente como un <deber>.

El primer capítulo introduce el tema de la Revelación como conocimiento que Dios mismo ofrece al hombre. La Revelación, al expresar el misterio, impulsa a la razón a intuir unas razones que ella misma no puede pretender agotar, sino sólo acoger.

La unidad entre conocimiento de razón y el conocimiento de fe es el objeto del segundo capítulo. Se demuestra cómo el pensamiento bíblico, basado en esta unidad, había descubierto ya una vía maestra hacia el conocimiento de la verdad: la imposibilidad de prescindir del conocimiento ofrecido por Dios, si se quiere conocer plenamente el camino que todo hombre debe recorrer para responder a las preguntas fundamentales sobre la existencia.

Con el tercer capítulo se entra directamente en cuestiones más precisas. En efecto, se pone de relieve cómo el hombre con su razón, que pregunta siempre y sobre todas las cosas, tenga la posibilidad de alcanzar la verdad que por su naturaleza es universal, válida para todos y para siempre. El Papa expone diversas <facetas> de la verdad, llegando a afirmar que: <se puede, pues, definir al hombre como aquel que busca la verdad>. (n 28) El número 33 puede ser una síntesis válida del capítulo: <El hombre, por su naturaleza, busca la verdad. Esta búsqueda no está destinada sólo a la conquista de verdades parciales, factuales o científicas; no busca sólo el verdadero bien para cada una de sus decisiones. Su búsqueda tiende hacia una verdad ulterior que puede explicar el sentido de la vida; por eso es una búsqueda que no puede encontrar respuesta más que en el absoluto… Esta verdad se logra no sólo por vía racional, sino también mediante el abandono confiado en otras personas que pueden garantizar al certeza y la autenticidad de la verdad misma>.

El capítulo cuarto marca una profunda síntesis histórica, filosófica y teológica de cómo el cristianismo ha entrado en relación con el pensamiento filosófico antiguo. Se presenta el ejemplo de los primeros siglos, cuando los Padres de la Iglesia, con la aportación de la riqueza de la fe, <fueron capaces de sacar a la luz plenamente lo que todavía permanecía implícito y propedéutico en el pensamiento de los grandes filósofos antiguos (n. 41). Sigue luego la época floreciente del medievo, aportación del pensamiento de Santo Tomás se Aquino, perennemente actual, y su visión de una completa armonía entre la fe y la razón basada en el principio de que <lo que es verdadero, quienquiera que lo haya dicho, viene del Espíritu Santo> (n.44).

Sin embargo la llegada de la época moderna señala también un periodo de progresiva y <nefasta separación> entre la fe y la razón (n.45), con el consiguiente cambio del papel desempeñado por la filosofía, hasta llegar a ser <razón instrumental al servicio de fines utilitaristas, de placer o de poder> (n. 47). De ello se deriva que <tanto la fe como la razón se han empobrecido y debilitado una ante la otra> (n. 48)

El capítulo quinto muestra en una primera parte, las diversas intervenciones del magisterio, recorriendo los momentos más importantes sobre todo respecto al fideísmo y al racionalismo. En una segunda parte, se pone de relieve cómo la Iglesia siempre ha animado a la filosofía a recuperar su misión primordial, mencionando algunos casos que han enriquecido el pensamiento filosófico en la época moderna.

Los capítulos sexto y séptimo constituyen el núcleo de la Encíclica y representan la aportación más densa que el Santo Padre ofrece a esta problemática. En el capítulo sexto, Fides et ratio se detiene sobre la exigencia que las diversas disciplinas teológicas deben mantener en relación con el saber filosófico. En este marco, el Papa profundiza su reflexión afrontando problemáticas recientes que afectan a la ciencia de la fe. Algunos, por el deseo de querer abrir nuevos caminos del saber científico, <niegan simplemente el valor universal del patrimonio filosófico asumido por la Iglesia> (n.69). Juan Pablo II aborda directamente la cuestión, sobre todo con respecto al tema de la relación con las culturas, problema que en estos años suscita el debate teológico, particularmente en la India. El Papa señala los criterios irrenunciables pata que el encuentro pueda ser fructífero (cfr n.72).

Juan Pablo II ve en el término <circularidad> la vía a seguir en la relación entre fe y razón (n. 73); esto indica que: <el punto de partida y la fuente original debe ser siempre la palabra de Dios revelada en la historia, mientras que el objetivo final no puede ser otro que la inteligencia de esta, profundizada progresivamente a través de las generaciones>. La gran fecundidad de esta vía se pone de manifiesto en la lista de pensadores occidentales y orientales que han elaborado sistemas de pensamiento que siguen siendo hoy actuales: J. H. Newman, A. Rosmini, J. Maritain, E. Gilson, E. Stein, V, Soloviev, P.A. Florenskij, P.J. Cadaev, V. Losskij (cfr n. 74).

Profundamente original es la indicación de la Encíclica según la cual la revelación es el <punto de referencia y confrontación> entre la filosofía y la fe. Precisamente a partir de esta centralidad toma cuerpo el más denso y rico de los capítulos (el séptimo) de Fides et ratio. Éste comienza indicando la <vía sapiencial> que ha de adoptarse como línea maestra para llegar  a las repuestas definitivas que llevan al sentido de la existencia; se acentúa la capacidad natural del hombre de alcanzar la verdad, llegando a la exigencia metafísica del saber.

<Una de las mayores amenazas en este fin de siglo es la tentación de la desesperación> (n.91). Ante este drama, el desafío que Juan Pablo II presenta es el del saber pasar del <fenómeno al fundamento> (n.83) y así <llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia> (n. 102). Sobre este principio se realiza un análisis riguroso, que muestra los límites insuperables de algunos sistemas filosóficos contemporáneos que rechazan la instancia metafísica de una apertura perenne a la verdad (cfr n. 81). Eclecticismo, historicismo, cientificismos, pragmatismo y nihilismo son sistemas y formas de pensamiento que, al no estar abiertos a las exigencias fundamentales de la verdad, tampoco pueden ser asumidos como filosofías aptas para explicar la fe.

<Verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente> (n. 90). Éste es, si se quiere, el mensaje último que se desprende de la Encíclica. Fides et ratio es una fuerte llamada de Juan Pablo II para despertar la conciencia de cuantos se interesan por la verdadera libertad del hombre. Ésta, afirma el Papa, sólo se puede alcanzar y asegurar si el camino hacia la verdad permanece abierto y accesible siempre, a todos y en todas partes.