Getsemaní II

 

 

Entra dentro de ti… Cierra la puerta y ora a tu Padre,

que está en lo escondido de tu corazón… Y tu Padre, que es bueno

y que ve lo secreto de ti, no te dará una piedra, ni una amenaza,

sino el pan de su Palabra y de su Amor…

 

Ven, Espíritu Consolador, Espíritu de la Verdad,

Tú que estás presente en todo, Tú que lo llenas todo,

Tesoro de bienes y Dador de vida…

Ven y mora en nosotros,

Purifícanos de toda mancha, salva nuestras almas,

Tú que eres bueno y amigo de cada persona humana

(PLEGARIA DE LA IGLESIA DE ORIENTE)

 

 

lectio    meditatio    oratio

 

 

42 Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: “Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que Yo la bebe, hágase tu voluntad”.

 

Ya lo estás viendo. Ésta es la oración de tu maestro, aprende. No hacen falta muchas palabras (cf. MATEO 6.7); Lo primero, la mirada, pues no se debe hablar sin mirar a la cara. A Dios invisible se le puede mirar con los ojos cerrados, con los párpados recogidos y quietos. Al Padre del cielo se le puede mirar con el rostro en tierra, como Yo. Pues a un padre se le mira con el corazón, con las entrañas más que con los ojos. Y ojos mirando al cielo, mirando a Dios sin entrañas, son blasfemos, son impíos. Lo primero, pues, la mirada; después la palabra: Abba, Padre del cielo, Padre nuestro… Después “la copa”, los tragos amargos o difíciles de la vida real, como este. Yo conozco, Yo veo, Yo oigo. Yo veo lo secreto del corazón y escucho las palabras no pronunciadas. Yo sé del hombre, de cada hombre, de cada mujer. Yo sé de ti. “La copa” es la vida, tu vida real, hecha súplica o alabanza o acción de gracias o petición de perdón… Y siempre, siempre, la oración concluye y conduce a la obediencia propia del amor: “lo que Tú quieras, hágase tu voluntad”

 

Abba, Padre… Padre del cielo, Padre nuestro…

 

 

43 Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados. 44 Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras.

 

Es un ir y venir; voy y vengo una y otra vez: voy al Padre y vengo a vosotros mis discípulos, los que el Padre me dio. Voy incesantemente al Padre, porque “el Hijo vive en el seno del Padre” (cf. JUAN 1,18); porque estoy tan asustado y tan triste y tan angustiado que busco amparo y refugio en el Padre: “mi roca, mi refugio, mi alcázar, mi libertador… peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte” (SALMO 17). Voy al Padre y vuelvo a vosotros, vengo y vengo a ti, aunque te encuentre dormido… porque busco el arrimo humano de los míos; porque soy humano, me hice verdaderamente hombre, como uno de tantos… actuando como un hombre cualquiera… me sometí incluso a la muerte (cf. FILIPENSES 2,6-11); por eso busco también en Getsemaní la cercanía humana, la hospitalidad de la acogida, el consuelo silencioso de la compañía, una mirada que se apiade de mi… El Padre y vosotros, en la fuerte unidad del Espíritu Santo; el Padre y tú, que has venido a Getsemaní, sois la trama de mi vida, sois la verdad honda de mi vida. “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (JUAN 18,37b). La verdad de Dios, la verdad de que existe el Amor verdadero, un amor que une el cielo y la tierra, un amor que sobrepasa infinitamente todos los amores de aquí abajo.

 

¡Ay Dios mío de mi corazón y de mis entrañas! Mis ojos están cargados de imágenes exteriores que me agobian o me adormecen, que me distraen de Ti, mi Bien. Mis ojos están cargados de lágrimas que he llorado por Ti, Dios mío. Mis ojos están cargados y cansados de no saber amarte. Grábame como un sello en el corazón, como un tatuaje en el brazo (cf. CANTARES 8,6). Dios mío, Dios de mi torpeza, ten compasión de mí, dame de beber… Estoy sediento de ti como tierra reseca, agostada, sin agua (cf. SALMO 62). Dame tu amor. Enciende en mi corazón el amor divino, como lo encendiste en la mujer samaritana, Kyrie, eleyson…

 

 

45 Volvió entonces donde los discípulos y les dijo: “Ahora ya podéis dormir y descansar. Sabed que ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores”.

 

Dormid y descansad, si queréis… Pero sabed una cosa, sabed esto que no podéis ignorar: Ha llegado la Hora: la Hora de la gloria del Padre y del Hijo, la Hora del Espíritu, de la irrupción del Espíritu sobre toda carne. “Glorifícame, Padre, cerca de Ti…” (cf. JUAN 17,5). Ha llegado y ha comenzado la Hora de la redención y de la libertad humana, la Hora de que el esclavo se siente como hijo a la mesa de la muy Santísima Trinidad. Una Hora gloriosa y terrible, pues es una Hora a la manera de Dios que no a la manera del mundo. Es la hora del Justo perseguido, del Inocente maltratado, del Santo profanado por los pecadores, del Vencido que resucita como Señor de la vida. Toda la violencia y toda la sangre derramada de toda la historia humana no añaden ni un gramo de oscuridad a esta noche oscura. Es más: todo el sufrimiento de toda la humanidad queda como amansado e iluminado por la luz pascual de esta Hora. Es la hora de Pascua, del verdadero paso del Señor… Ya ha comenzado esta Hora de Dios, Hora de un amor sin medida, en esta oscura noche de jueves del mes de Nisán, en mi agonía de Getsemaní. Sabedlo, tenedlo presente. Dormid y descansad si podéis, si es que podéis, mirando hacia otro lado, adormecidos entre las cosas, ignorando a las víctimas, en esta Hora que estoy inaugurando.

 

Señor, ten piedad. Sácame Tú de la somnolencia, de la pereza, de la negligencia, de la indolencia. Sácame Tú de esta situación en que me encuentro paralizado, mezcla de cansancio de mi cuerpo, flojera de mi voluntad y abundante pereza. Que la luz de tu Palabra, revelándome la Hora, y la fuerza poderosa de tu Espíritu me reanimen. Crea en mi un corazón puro (SALMO 50), un corazón nuevo. Señor, si quieres, puedes curarme (LUCAS 5,12). Kyrie, eleyson…

 

 

46 ¡Levantaos!, ¡Vámonos! Mirad, el que me va a entregar ya está cerca.

 

Discípulo mío, levántate y anda. Levántate y vámonos, sígueme, vente conmigo. Te lo digo con toda la fuerza de mi amor divino,  de mi Espíritu Santo. Vámonos: es una orden, es una súplica… Entra conmigo en la Hora, en “la espesura del padecer” (JUAN DE LA CRUZ), no te resistas, ven. Sé humilde, porque eres débil y la traición, el abandono, la seducción de los ídolos, siempre están cerca, siempre rondan el corazón humano.

 

Señor mío y Dios mío, Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¿A quién, Señor iremos, si te dejamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Tú lo sabes todo, sabes que te amo… Señor, te seguiré adonde quiera que vayas..

 

                                                           

           

 

 

Plegaria del rey Balduino (2)

 

Dame. Mi Señor, tu paz o la tempestad,

corona mis esfuerzos o no me sostengas ya,

bajo el peso del dolor deja inclinar mi cabeza,

Yo… yo no cuento.

 

Que siembre yo el amor o coseche la envidia

o que la ingratitud acompañe mis pasos…

Es sólo para ti, Señor, el devenir de mi vida,

Yo… yo no cuento.

 

 

 

padrenuestro