22 

    Parábola entreverada de rasgos alegóricos, como la precedente, y que entraña la misma lección; el rey es Dios; el banquete de bodas es la felicidad mesiánica, ya que el hijo del rey es el Mesías; los enviados son los profetas y los apóstoles; los invitados que hacen caso omiso de ellos o los ultrajan son los judíos; los que son llamados de los caminos son los pecadores y los gentiles; el incendio de la ciudad es la ruina de Jerusalén. A partir del v. 11 cambia la escena y se trata ya del Juicio final. Parece que Mt ha combinado dos parábolas, una análoga a la de Lc 14,16-24, la otra aquélla cuya conclusión se encuentra en vv. 11s: el hombre que responde a la invitación ha de llevar vestido de bodas; las obras de justicia deben acompañar a la fe, ver 3,8; 5,20; 7,21s; 13,47s; 21,28s.

 

 

 

 

 

 

22,14 

    Esta sentencia parece corresponder a la primera parte de la parábola más bien que a la segunda. No se trata de los elegidos en general, sino de los judíos, los primeros invitados. La parábola no dice, pero tampoco excluye, que algunos «pocos» de entre ellos hayan respondido y hayan sido elegidos, ver 24,22+.

 

 

 

 

 

 

22,16 

    Partidarios de la dinastía de Herodes, Mc 3,6+, designados para denunciar a la autoridad romana las palabras hostiles al César que se esperaba hacer pronunciar a Jesús.

 

 

 

 

 

 

22,21 

    Puesto que aceptan prácticamente la autoridad y los beneficios del poder romano, del que esa moneda es el símbolo, pueden e incluso deben rendirle el homenaje de su obediencia y de sus bienes, sin perjuicio de lo que por otro lado deben a la autoridad superior de Dios.

 

 

 

 

 

 

22,23 

    Esta secta, 3,7+, se atenía estrictamente a la tradición escrita, sobre todo del Pentateuco, y afirmaba no encontrar en él la doctrina de la resurrección de la carne, ver 2 M 7,9+. Los fariseos se oponían a ellos en este punto. Ver Hch 4,1+; 23,8+.

 

 

 

 

 

 

22,32 

    Cuando Dios concede su protección a un individuo o a un pueblo hasta el punto de convertirse en «su Dios», el dejarle volver a la nada no podría ser más que una manera imperfecta y efímera. Esta exigencia de eternidad por parte del amor divino no fue claramente percibida en los comienzos de la revelación bíblica: de ahí esta creencia en un «Aeol» sin resurrección (Is 38,10-20; Sal 6,6; 88,11-13), a la que el tradicionalismo conservador de los saduceos, Hch 23,8+, pretendía mantenerse fiel. Pero el progreso de la revelación comprendió y satisfizo poco a poco esta exigencia, Sal 16,10-11; 49,16; 73,24, anunciando el retorno a la vida, Sb 3,1-9, de todo el hombre, salvado hasta en su cuerpo, Dn 12,2-3; 2 M 7,9s; 12,43-46; 14,46. Es esta revelación última la que Jesús sanciona con su interpretación de Ex 3,6.

 

 

 

 

 

 

22,35 

    Adic.: «un legista», tomado sin duda de Lc 10,25.

 

 

 

 

 

 

22,39 

    Estos dos preceptos del amor, a Dios y al prójimo, se hallan igualmente unidos en la Didajé 1,2, que podría recoger aquí un tratado judío sobre los Dos Caminos, ver 7,13+.

 

 

 

 

 

 

22,46 

    La respuesta exacta hubiera sido que, aun descendiendo de David por sus orígenes humanos, ver 1,1-17, el Mesías poseía también un carácter divino que le hacía superior a David y que éste había profetizado.

 

 

 

 

 

 

23,3 

    En cuanto que trasmiten la doctrina tradicional recibida de Moisés. Esto no impone sus interpretaciones personales, de las que ya ha indicado Jesús en otras ocasiones lo que se debe pensar, ver 15,1-20; 16,6; 19,3-9. 

 

 

 

 

 

 

23,5 

    Filacterias: pequeños estuches que contenían las palabras esenciales de la Ley y que los judíos fijan en sus brazos o en su frente, practicando materialmente Ex 13,9 .16; Dt 6,8; 11,18. Orlas: borlas cosidas a las puntas del manto, ver Nm 15,38+; Mt 9,20.

 

 

 

 

 

 

23,7 

    Término hebreo que significa «mi grande», modelado sobre el arameo «ribboni, rabbuni», título respetuoso como «mi señor», y más tarde, después del 70, título habitual de los doctores judíos, como aquí. Para el uso antiguo, ver Mc 9,5p.

 

 

 

 

 

 

23,8 

    Los vv. 8-12, dirigidos sólo a los discípulos primitivamente, no pertenecían sin duda al mismo discurso.

 

 

 

 

 

 

23,9 

    En arameo Abbá, otro título honorífico.

23,10 

    Jesús alude quizá al jefe religioso de la comunidad de Qumrán, el «Director justo», llamado comúnmente «Maestro de justicia».

 

 

 

 

 

 

23,13 

    Las exigencias de la casuística rabínica hacían difícil la observancia de la Ley. -Adic.: v. 14: «Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que devoráis la hacienda de las viudas, so capa de largas oraciones: por eso tendréis una sentencia más rigurosa», interpolación tomada de Mc 12,40; Lc 20,47, y que eleva a ocho la cifra intencional de siete maldiciones, ver 6,9+.

 

 

 

 

 

 

23,15 

    Pagano convertido al Judaísmo. El proselitismo judío en el mundo greco-romano era muy activo. Ver Hch 2,11+.

 

 

 

 

 

 

23,16 

    Se trata aquí de los votos. Para absolver de ellos a los que imprudentemente los habían hecho, los rabinos recurrían a sutiles argucias.

 

 

 

 

 

 

23,23 

    El precepto mosaico del diezmo que debía tomarse de los productos de la tierra era aplicado con exageración por los rabinos a las plantas mas insignificantes.

 

 

 

 

 

 

23,25 

    Var.: «por dentro estáis llenos». -«intemperancia»; var.: «iniquidad»; «impureza», «codicia».

 

 

 

 

 

 

23,32 

    Alusión a la muerte cercana del mismo Jesús, ver 21,38s.

 

 

 

 

 

 

23,34 

    Términos de origen bíblico, pero aplicados aquí a los misioneros cristianos, ver 10,41; 13,52

 

 

 

 

 

 

23,35

    Probablemente se trata del Zacarías de 2 Cro 24,20-22. Su asesinato es el último que se refiere en la Biblia (2 Cro es el último libro del Canon judío), mientras que el de Abel, Gn 4,8, es el primero. «Hijo de Bara-quías» procede quizá de la confusión con algún otro Zacarías, ver Is 8,2 (LXX); Za 1,1. O acaso estas palabras sean glosa del copista.

 

 

 

 

 

 

23,37 (a) 

    Véase 1 R 19,10 .14: Jr 26,20-23; 2 Cro 24,20-22; Hch 7,52; 1 Ts 2,15; Hb 11,37, y las leyendas judías apócrifas.

 

 

 

 

 

 

23,37 (b) 

    Alusión a visitas reiteradas a Jerusalén, de las que nada dicen los Sinópticos, pero que refiere Jn. 

 

 

 

 

 

 

23,38 

    Orn.: <desierta,>. -El texto alude a la destrucción del Templo, el año 70.

 

 

 

 

 

 

23,39 

    Estas palabras, que Lc 13,35 parece relacionar con la entrada del día de Ramos, se refieren sin duda, en el contexto actual de Mt, a una vuelta ulterior de Cristo, la del fin de los tiempos. Los judíos saludarán esta vuelta, porque se habrán convertido, ver Rm 11,25s.

 

 

 

 

 

 

24 

    El discurso escatológico de Mt combina el anuncio de la ruina de Jerusalén con el fin de la era presente. Para ello el discurso de Mc, que se limitaba al primero de estos acontecimientos, se completa de tres maneras: 1º, adición de los vv. 26-28 .37-41, tomados de un discurso sobre el Día del Hijo del hombre, que Lc utiliza por su parte, Lc 17,22-27; 2º retoques que introducen los temas de la «Parusía>, vv. 3 .27 .37 .39 (que no aparecen en ningún otro lugar de los Evangelios, ver Mt 24,3+; 1 Co 15,23+). del «Fin de esta era», v. 3; ver 13,39 .40 .49, y del «signo del Hijo del hombre» que llega a todas las razas de la tierra, v. 30; 3º adición, al fin del discurso, de varias parábolas sobre la vigilancia, 24,42- 25,30, que preparan el retorno de Jesús y el gran Juicio escatológico, 25,31-46. La ruina de Jerusalén ¿señala el final de una era y, en consecuencia, la inauguración de una nueva etapa de la historia?

 

 

 

 

 

 

24,3 (a) 

    La palabra griega (Parusía), que significa «Presencia», designaba en el mundo grecorromano la visita oficial y solemne de un príncipe a algún lugar. Los cristianos la adoptaron como término técnico para significar la venida gloriosa de Cristo, ver 1 Co 15,23+. 

 

 

 

 

 

 

24,3 (b) 

    Lit.: «del fin de la edad». Edad o edades del mundo se dice en griego aión: eón, época, era. La idea que subyace es que, según el pensamiento apocalíptico, la historia de la salvación se dividía en una serie de períodos o «eones»; por ejemplo, desde la creación (Adán) hasta Abrahán, de Abrahán a Moisés, de Moisés a David, de David hasta el destierro, desde el destierro hasta el Mesías, ver Mt 1,1-14. La serie de edades del mundo no estaba fijada con rigor. La innovación de los cristianos consistía en considerar dos venidas del Mesías, una en humillación, otra en gloria, cuando el Reino de Dios alcance su plenitud. La primera venida ya se ha cumplido e inaugura la época de Iglesia. La segunda está aún por venir, es la parusía propiamente dicha. La idea de una segunda venida de Cristo está presente en el NT, por ejemplo Jn 14,3, pero no se encuentra expresamente explicitada antes de San Justino Mártir (deútera parusía).

 

 

 

 

 

 

24,5 

    Antes del 70, varios aventureros se hicieron pasar por el Mesías.

 

 

 

 

 

 

24,7 (a) 

    Adic.: «pestes», ver Lc 21,11.

 

 

 

 

 

 

24,7 (b)

    Ver Is8,21; 13,13; 19,2; Jr21,9,34; EZ5,12; Am 4,6-11; 8,8; 2 Cro 15,6.

 

 

 

 

 

 

24,8 

Ver Is 13,8; 26,17; 66,7; Jr 6,24; 13,21; 0s13,13; Mi 4,9-10. La imagen fue aplicada por el Judaísmo al período de gran angustia que debía preceder a la venida del Reino mesiánico.

 

 

 

 

 

 

24,13 

    Los vv. 9-13 recogen los temas de 10,17-22 (que ofrece un paralelo más, cercano de Mc 13,9-13; Lc 21,12-19), pero introduciendo algunos elementos particulares que parecen reflejar el clima de la persecución de los cristianos en Roma bajo Nerón después del incendio del 64 ('odiados de todas las naciones por causa de mi nombre') y de las traiciones y odios mutuos entre las mismas víctimas ('la caridad de la mayoría se enfriará'); ver Tácito, Anuales XV 44.

 

 

 

 

 

 

24,14 (a) 

    El «mundo habitado» (oikumene), es decir el mundo grecorromano. Es preciso que, antes del castigo de Israel, todos los judíos del Imperio hayan oído la Buena Nueva, ver Hch 1,8+; Rm 10,18. El Evangelio llegó efectivamente a todas las partes vitales del Imperio romano antes de la destrucción del Templo, el año 70, ver 1 Ts 1,8; Rm 1,5 .8; Col 1,6 .23.

 

 

 

 

 

 

24,14 (b) 

    Es decir, el fin de la era presente y la llegada del Reino de Dios en su plenitud, cuya señal anticipada es la caída de Jerusalén.

 

 

 

 

 

 

24,15 

    Al parecer, Daniel designaba con ello un altar pagano que Antíoco Epífanes erigió en el Templo de Jerusalén (el 168: ver 1 M 1,54). La aplicación evangélica se realizó cuando la Ciudad Santa y su Templo fueron sitiados y luego ocupados por los ejércitos paganos de Roma, ver Lc 21,20.

 

 

 

 

 

 

24,21

Ver Ex 10,14; 11,6; Jr 30,7; Ba 2,2; Jl 2,2; Dn 12,1; 1 M 9,27; Ap 16,18.

 

 

 

 

 

 

24,22

     Los que, entre los judíos, son llamados a entrar en e1 Reino de Dios: el «pequeño Resto», ver Is 4,3+; Rm 11,5-7.

 

 

 

 

 

 

24,27 

    La venida del Mesías será manifiesta como el relámpago. Para una descripción de ello, ver Ap 19,11-21. El relámpago es un acompañamiento clásico de los juicios divinos, ver Is 29,6; 30,30; Za 9,14; Sal 97,4; etc.

 

 

 

 

 

 

24,28 

    Tal vez un proverbio con la misma idea de manifestación patente: un cadáver, aun escondido en el desierto, queda inmediatamente denunciado por la presencia de los buitres.

 

 

 

 

 

 

24,29 

    Ver Jr 4,23-26; Ez 32,7s; Am 8,9; Mi 1,3-4; Ji 2,10; 3,4; 4,15 y sobre todo Is 13,9-10; 34,4, cuyas expresiones recoge nuestro texto. Las «fuerzas de los cielos» son los astros y las fuerzas celestes en general.

 

 

 

 

 

 

24,30 (a) 

    Los Padres ven en esta señal la Cruz de Cristo. Podría tratarse del mismo Cristo.

 

 

 

 

 

 

24,30 (b)

     Daniel anunciaba así el establecimiento del Reino mesiánico por un Hijo de hombre que vendría en las nubes. -La nube es el marco ordinario de las teofanías, en el AT: Ex 13,22+; 19,16+; 34,5+; Lv 16,2; 1 R 8,10-11; Sal18,12; 97,2; 104,3; Is19,1; Jr 4,13; Ez 1,4; 10,3s; 2 M 2,8, lo mismo que en el NT: Mt 17,5; Hch 1,9. 11; 1 Ts 4,17; Ap 1,7; 14,14. 

 

 

 

 

 

 

24,31 (a) 

    Adic.: «y voz».

 

 

 

 

 

 

24,31 (b) 

    Fórmula combinada basándose en Za 2,10 y Dt 30,4, textos en que se trata de reunir a los dispersos de Israel, ver Ez 37,9 y Ne 1,9. Véase también Is 27,13. Los «elegidos» son, pues, aquí como en los vv. 22 y 34, aquellos judíos a quienes Dios salvará del desastre de su pueblo para admitirlos en su Reino, con los gentiles, v. 30.

 

 

 

 

 

 

24,33 

    El Hijo del hombre, que viene a instaurar su Reino.

 

 

 

 

 

 

 

24,34 

    Esta afirmación se refiere a la ruina de Jerusalén y al fin de la era presente.

 

 

 

 

 

 

24,36 

    Orn. (Vulg.): «ni el Hijo», sin duda por escrúpulo teológico. Cristo, en cuanto hombre, recibió del Padre el conocimiento de todo lo que interesaba a su misión, pero pudo ignorar algunos puntos del plan divino tal como aquí lo afirma formalmente.

 

 

 

 

 

 

 

24,42 

    Vulg.: «a qué hora». -Velar, que propiamente significa abstenerse del sueño, es la actitud que Jesús recomienda a los que esperan su venida, 25,13; Mc 13,33-37; Lc 12,35-40; 21,34-16. La vigilancia, en este estado de alerta, supone una esperanza firme y exige una presencia de espíritu sin decaimiento que recibe el nombre de «sobriedad», 1 Ts 5,6-8; 1 P 5,8; ver 1 P 1,13: 4,7.

 

 

 

 

 

 

24,45 

    Al discurso que anuncia la ruina de Jerusalén y el advenimiento último del Cristo al fin del mundo, Mt añade tres parábolas que se refieren a las postrimerías de los individuos. La primera presenta a un siervo de Cristo, encargado de una función en la Iglesia, como fueron los apóstoles, y juzgado sobre el modo como ha cumplido su misión.

 

 

 

 

 

 

24,51 

    Lit.: «le cortará», término oscuro que sin duda se ha de tomar en sentido metafórico: «le separará de sí» por una especie de excomunión, ver 18,17.

 

 

 

 

 

 

25 

    Las vírgenes representan a las almas cristianas a la espera de su esposo Cristo. Aun cuando tarde, la lámpara de su vigilancia debe estar a punto. 

 

 

 

 

 

 

25,1 

    Adic.: «y de la novia».

 

 

 

 

 

 

25,14 

    Los cristianos son los siervos a quienes Jesús, su señor, encarga de hacer fructificar sus dones para el desarrollo de su Reino, y que deberán rendirle cuentas de su gestión. La parábola de las minas, Lc 19,12-27, presenta analogías de forma, pero contiene una lección bastante diferente.

 

 

 

 

 

 

25,21 

    Este gozo es el del banquete celestial, Mt 8,11+. -«te pondré al frente de lo mucho» designa la participación activa en el Reino de Cristo.

 

 

 

 

 

 

25,31 

    La expresión «estos hermanos míos más pequeños», v. 40, designa a todos los que padecen necesidad, pues la palabra «hermano» no parece tener aquí un sentido restrictivo que designaría solamente a los misioneros cristianos, ver Henoc 61,8; 62,25; 69,27. Esta vigorosa escena dramática incluye elementos parabólicos (el pastor, las ovejas y los cabritos), pero no podemos minimizar la importancia de este texto reduciéndolo a una simple parábola, y mucho menos podemos tomarla como una descripción «cinematográfica» del juicio. El acento del texto recae sobre el amor al prójimo, valor moral supremo (ver vv.. 32 .34-40). El autor, contra su costumbre, presenta como juez al Hijo y no a Dios Padre.

 

 

 

 

 

 

25,32 

    Todos los hombres de todos los tiempos. La resurrección de los muertos no se menciona, pero se debe suponer. Ver 10,15; 11,22-24; 12,41s.

 

 

 

 

 

 

25,36 

    Los hombres son juzgados según sus obras de misericordia (descritas de manera bíblica, ver ls 58,7; Jb 22,6s; Si 7,32s, etc.), no según sus acciones excepcionales, ver 7,22s.

 

 

 

 

 

 

26,6 

    La mujer es María, como precisa Jn. El episodio similar referido en Lc 7,36-50 es un poco diferente. 

 

 

 

 

 

 

26,10 

    Los judíos dividían las «buenas obras» en «limosnas» y «acciones caritativas»; a éstas últimas se las juzgaba superiores y, entre otras cosas, comprendían la inhumación de los muertos. La mujer ha hecho, pues, una «obra» más excelente que la limosna, proveyendo a la sepultura de Cristo.

 

 

 

 

 

 

26,15 

    Treinta siclos (y no treinta denarios, como se dice a menudo). Era el precio fijado por la Ley para la vida de un esclavo, Ex 21,32.

 

 

 

 

 

 

26,17 

    El «primer día» de la semana, en que se comía pan sin levadura (ázimos), ver Ex 12,1+; 23,14+, era normalmente el que seguía a la cena pascual: llamando así al día precedente, los Sinópticos dan pruebas de un uso más amplio. Por otra parte, parece cierto, según Jn 18,28 y otros detalles de la Pasión, que el banquete pascual se celebró aquel año la tarde del viernes (o «Parasceve», «preparación», Mt 27,62; ver Jn 19,14 .31 .42). La Cena de Jesús que los Sinópticos colocan un día antes, la tarde del jueves, debe en consecuencia explicarse, o bien por anticipación del rito en una parte del pueblo judío, o mejor por una anticipación buscada por el mismo Jesús: al no poder celebrar la Pascua al día siguiente, sino en su propia persona sobre la cruz, Jn 19,36; 1 Co 5,7, Jesús habría instituido su propio rito nuevo durante una cena que recibiría de rechazo los rasgos de la antigua Pascua. La opinión reciente que sitúa la Cena en la tarde del martes, según el calendario esenio, goza de escasa probabilidad. -El 14 de Nisán- (día de la cena pascual) cayó en viernes el 30 y el 33 p. C.; los exegetas eligen uno u otro de estos años para la muerte de Cristo, según que sitúen su bautismo el 28 o el 29 y que asignen a su ministerio una duración más o menos larga.

 

 

 

 

 

 

26,21 

    Se trata de la primera parte del rito que precedía a la cena pascual propiamente dicha.

 

 

 

 

 

 

26,26 

    Se ha llegado al centro de la cena pascual. Entre ritos precisos y solemnes del ritual judío (bendiciones a Yahvé pronunciadas sobre el pan y el vino) injerta Jesús los ritos sacramentales del nuevo culto instaurado por él. 

 

 

 

 

 

 

26,27 

    «Dar gracias» traduce aquí al verbo griego eujaristó, cuyo sustantivo eujaristía, «acción de gracias», ha sido adoptado por el lenguaje cristiano para designar la Sagrada Cena.

 

 

 

 

 

 

26,28 (a) 

    Adie. (Vulg.): «nueva», ver Lc 22,20; 1 Co 11,25; Jr 31,31-34

 

 

 

 

 

 

26,28 (b) 

    Como antaño, en el Sinaí, la sangre de las víctimas selló la alianza de Yahvé con su pueblo, Ex 24,4-8+; ver Gn 15,1+, así también, sobre la cruz, la sangre de la víctima perfecta, Jesús, va a sellar entre Dios y los hombres la alianza «nueva», ver Lc 22,20, que anunciaron los profetas, Jr 31,31+. Jesús se atribuye la misión de redención universal asignada por Isaías al <Siervo de Yahvé>, Is 42,6; 49,6; 53,12; ver 42,1+. Ver Hb 8,8; 9,15; 12,24. La idea de alianza nueva aparece también en San Pablo, además de 1 Co 11,25, en diversos contextos que hacen ver su gran importancia, 2 Co 3,4-6; Ga 3,15-20; 4,24.

 

 

 

 

 

 

26,29 

    Alusión al banquete escatológico, ver 8,11; 22,1s. Han concluido las comidas terrestres de Jesús con sus discípulos.

 

 

 

 

 

 

26,30 

    Los salmos del Hal-lel, Sal 113-118, cuya recitación cerraba la cena pascual.

 

 

 

 

 

 

26,31 

    Escándalo religioso de ver sucumbir, sin resistencia, al que ellos consideran como Mesías, 16,16,  y de quien esperan el triunfo cercano, 20,21 s. Los discípulos perderán entonces por un momento su valor y hasta su fe, ver Lc 22,31-32; Jn 16,1.

 

 

 

 

 

 

26,36 

    El nombre significa «lagar de aceite». Lugar situado en el valle del Cedrón, al pie del monte de los Olivos.

 

 

 

 

 

 

26,38 

    Expresión cuya forma literaria recuerda Sal 42,6-12; 43,5 y Jon 4,9.

 

 

 

 

 

 

26,39 

    Jesús experimenta con toda su fuerza el miedo que la muerte inspira al hombre; siente y expresa el deseo natural de librarse de ella, reprimiéndolo, sin embargo, con la aceptación de la voluntad del Padre, ver 4,1+.

 

 

 

 

 

 

26,45 

    Censura teñida de una dulce ironía: Ha pasado la hora en que deberíais haber velado conmigo. Ha llegado el momento de la prueba, y Jesús entrará solo en ella; los discípulos pueden dormir, si quieren.

 

 

 

 

 

 

26,50 

    Es decir: «haz lo que piensas hacer». Más que una pregunta («¿a qué has venido?») o un reproche («¿qué es lo que haces?»), se puede entrever aquí una expresión estereotipada, que quiere decir: «(haz) aquello por lo que estás aquí», «sigue tu negocio». Jesús abrevia los cumplimientos hipócritas: es la hora de pasar a los hechos. Ver Jn 13,27.

 

 

 

 

 

 

26,55 

    Var. (Vulg.): «me sentaba entre vosotros en el Templo», ver Mc 14,49.

 

 

 

 

 

 

26,57 

    Se pueden, con ayuda de Lc y Jn, distinguir: una primera comparecencia ante Anás; por la noche, y una sesión solemne del Sanedrín por la mañana, Mt 27,1. Mt y Mc refieren la escena de la noche con los rasgos de la de la mañana, que fue la única sesión formal y decisiva.

 

 

 

 

 

 

26,61 

    De hecho Mateo anunció la destrucción del Templo y del culto judío simbolizado por él, 24, y su sustitución por un Templo nuevo: primero el propio cuerpo de Jesús, resucitado a los tres días, 16,21; 17,23; 20,19; Jn 2,19-22, y después la Iglesia, 16,18.

 

 

 

 

 

 

26,62 

    Vulg. no ve aquí más que una pregunta: «¿No respondes nada a lo que éstos atestiguan contra ti?»

 

 

 

 

 

 

26,64 

    «El Poder» es un equivalente de «Yahvé». Jesús, renunciando en este instante supremo a su consigna de «secreto mesiánico», ver Mc 1,34+, reconoce categóricamente que él es el Mesías, como ya lo había hecho confesar a sus íntimos, Mt 16,16; pero se manifiesta más todavía afirmándose, no el Mesías humano tradicional, sino el «Señor» del Sal 110, ver Mt 22,41s, y el misterioso personaje de origen celeste, entrevisto por Daniel, ver Mt 8,20+. Los judíos ya no le verán más que en su gloria, primero por el triunfo de la Resurrección, después por el del Reino, ver 23,39 y 24,30.

 

 

 

 

 

 

26,65 

    La «blasfemia» de Jesús consistía, no en presentarse como Mesías, sino en reivindicar la dignidad del rango divino.

 

 

 

 

 

 

26,68 

    La redacción de Mt es desafortunada, ya que, no estando velado como en Lc 22,63, Jesús puede indicar sin dificultad quién le ha golpeado.- Lo importante es que se burlan de él como «profeta», debido a sus palabras sobre el Templo, y más concretamente quizá como «Mesías-Profeta» (esta interpelación a Jesús con el vocativo «Cristo» es única en los evangelios), es decir, como pretendido Sumo Sacerdote escatológico que quiere instaurar un nuevo Templo.

 

 

 

 

 

 

26,71 

    Var. (Vulg.): «Nazareno».

 

 

 

 

 

 

26,73 

    El dialecto galileo.

 

 

 

 

 

 

27,2 

    Var.: «Poncio Pilato». Ver Lc 3,1+. Puesto que Roma se había reservado, en Judea como en todas las provincias del Imperio, el derecho de la pena capital, los judíos debían recurrir al procurador para obtener la confirmación y ejecución de su propia sentencia.

 

 

 

 

 

 

27,4 

    Var.: «sangre justa», ver 23,35.

 

 

 

 

 

 

27,8 

    En arameo Haqeldamá (ver Hch 1,19 y aquí la Vulg.). Una tradición muy antigua y probablemente auténtica sitúa este lugar en el valle de Hinnom.

 

 

 

 

 

 

27,9 

    Om.: «Jeremías». En realidad se trata de una cita libre de Za 11,12-13, combinada con la idea de la compra de un campo sugerida por Jr 32,6-15. Esto, unido al hecho de que Jeremías habla de los alfareros, 18,2s, que había en la región de Haqueldamá, 19,1s, explica que todo el texto haya podido atribuírsele por aproximación.

 

 

 

 

 

 

27,10 

    Yahvé se quejaba de no haber recibido de los israelitas, en la persona de su profeta Zacarías, más que un salario irrisorio; la venta de Jesús al mismo precio mísero le parece a Mt que realiza este oráculo profético.

 

 

 

 

 

 

27,11 

    Con estas palabras Jesús reconoce como exacto, al menos en cierto sentido, lo que, sin embargo, no hubiera dicho él de sí mismo. Véase ya 26,25 .64, y ver Jn 18,33-37+(?).

 

 

 

 

 

 

27,16 (a) 

    Var.: «Tenía».

 

 

 

 

 

 

27,16 (b) 

    Aquí y en el v. 17, var.: «Jesús Barrabás», lo que da a la pregunta de Pilato un giro chocante, pero esta precisión parece proceder de una tradición apócrifa.

 

 

 

 

 

 

27,24 (a) 

    Gesto expresivo que los judíos debieron comprender perfectamente, ver Dt 21,6s; Sal 26,6; 73,13.

 

 

 

 

 

 

27,24 (b) 

    Var.: «de esta sangre».

 

 

 

 

 

 

27,25 

    Expresión bíblica tradicional, 2 S 1,16; 3,29; Hch 5,28; 18,6, por la cual el pueblo acepta la responsabilidad de la muerte que exige.

 

 

 

 

 

 

27,26 

    Preludio normal a la crucifixión entre los romanos.

 

 

 

 

 

 

27,27 

    El Pretorio, es decir la residencia del Pretor, debe de ser el antiguo palacio de Herodes el Grande, donde se instalaba normalmente el procurador cuando subía de Cesarea a Jerusalén. Este palacio, situado al oeste de la ciudad, en el emplazamiento de la actual ciudadela, era diferente de la residencia familiar de los Asmoneos, que estaba cerca del Templo, y donde Herodes Antipas recibió a Jesús cuando Pilato se lo envió, Lc 23,7-12. Algunos sitúan el Pretorio en la fortaleza Antonia, al norte del Templo. Pero esta localización no parece avenirse ni con la costumbre de los procuradores, tal como nos la transmiten los textos antiguos, ni con el uso del término «pretorio», que no puede trasladarse así de sitio, ni con los movimientos de Pilato y de la multitud judía en los relatos evangélicos de la Pasión, en especial el de San Juan.

 

 

 

 

 

 

27,28 

    Capa de soldado romano (sagum). Su color rojo evoca por irrisión la púrpura real.

 

 

 

 

 

 

27,29 

    Los judíos se habían burlado de Jesús como «Profeta», 26,68p+, los romanos se burlan de él como «Rey»: estas dos escenas reflejan bien los dos aspectos, religioso y político, del proceso de Jesús.

 

 

 

 

 

 

27,33 

    Transcripción de la palabra aramea Gulgotá, «lugar de Cráneo», en latín Calvaría (de aquí «Calvario»).

 

 

 

 

 

 

27,34 

    Brebaje embriagante que mujeres judías compasivas, ver Lc 23,27s, solían ofrecer a los ajusticiados para atenuar sus sufrimientos. De hecho a este vino se le mezclaba más bien «mirra», ver Mt 15,23; la «hiel» en Mt se debe a una reminiscencia del Sal 69,22 (al igual que la corr. de «vino» en «vinagre» de la recensión antioquena); Jesús rechaza este estupefaciente.

 

 

 

 

 

 

27,35 

    Adic.: «Para que se cumpliera el oráculo del profeta: Se han repartido mis vestidos, y han echado a suertes mi túnica» (Sal 22,19), glosa tomada de Jn 19,24.

 

 

 

 

 

 

27,45 

    Desde el mediodía hasta las tres de la tarde.

 

 

 

 

 

 

27,46 

    Grito de angustia, pero no de desesperación, esta queja, tomada de la Escritura, es una oración a Dios, y en el Salmo le sigue la alegre seguridad del triunfo final.

 

 

 

 

 

 

27,47 

    Mordaz juego de palabras, basado en la espera de Elías como precursor del Mesías, ver 17,10-13+, o en la creencia judía de que él socorría a los justos en la necesidad.

 

 

 

 

 

 

27,48 

    Bebida ácida que usaban los soldados romanos. El gesto fue sin duda de compasión, ver Jn 19,28s; los Sinópticos lo consideran mal intencionado, Lc 23,36, y lo describen con términos que evocan Sal 69,22. 

 

 

 

 

 

27,51 (a) 

    La cortina que cerraba el Santo, o mejor la que separaba el Santo del Santo de los Santos, ver Ex 26,3 1s. Siguiendo Hb 9,12; 10,20, la tradición cristiana ha visto en este desgarrarse del velo la supresión del antiguo culto mosaico y el acceso abierto por Cristo al santuario escatológico.

 

 

 

 

 

27,51 (b) 

    Estas manifestaciones extraordinarias, como también las tinieblas del v. 45, estaban anunciadas por los profetas como señales características del «Día de Yahvé», ver Am 8,9+.

 

 

 

 

 

 

27,53 

    Esta resurrección de los justos del AT es un signo de la era escatológica, Is 26,19; Ez 37; Dn 12,2. Liberados del Hades por la muerte de Cristo, ver Mt 16,18+, esperan ellos su resurrección para entrar con él en la Ciudad Santa, es decir, Jerusalén. Tenemos aquí una de las primeras expresiones de la fe en la liberación de los muertos por el descenso de Cristo a los infiernos, ver 1 P 3,19+.

 

 

 

 

 

 

27,60 

    Sábana «limpia» y sepulcro «nuevo» subrayan la piedad del entierro; el segundo dato explica también el que haya sido posible, ya que el cadáver de un ajusticiado no podía ser puesto en un sepulcro ya ocupado, donde habría contaminado los huesos de justos.

 

 

 

 

 

 

27,62 

    En griego <Parasceve>. Este término se aplicaba al viernes, día en que se hacían los preparativos del sábado. Ver Jn 19,14+. Sobre el problema de la cronología, véase Mt 26,17+.

 

 

 

 

 

 

27,65 

    Es decir: «Utilizad vuestra guardia», ver Lc 22,4+; o bien: «Pongo una guardia a vuestra disposición», ver Jn 18,3.

 

 

 

 

 

 

28,1 (a) 

    Y no «en la tarde del sábado» (Vulg.). -Siendo el sábado el día de descanso, el «primer día de la semana» judía corresponde a nuestro <domingo>, Ap 1,10, es decir, «día del Señor», así llamado en memoria de la Resurrección. Ver Hch 20 7+; 1 Co 16,2.

 

 

 

 

 

 

28,1 (b) 

    Es decir: «María la de Santiago», Mc 16,1; Lc 24,10; ver Mt 27,56 y 61.

 

 

 

 

 

 

28,1 (c) 

    Estando el sepulcro sellado y vigilado las mujeres no piensan en ungir el cuerpo de Jesús como en Mc y Lc; quieren solamente «visitar» el sepulcro.

 

 

 

 

 

 

28,6 

    Adic.: «el Señor».

 

 

 

 

 

 

28,8 

    Var.: «saliendo a toda prisa del sepulcro», ver Mc 16,8.

 

 

 

 

 

 

28,10 

    Si bien los cuatro evangelistas están de acuerdo al referir la aparición inicial del ángel (o de los ángeles) a las mujeres, Mt 28,5-7; Mc 16,5-7; Lc 24,4-7; Jn 20,13, difieren en lo tocante a las apariciones del mismo Jesús. Prescindiendo de Mc, cuya brusca conclusión plantea un problema especial, ver Mc 16,8+, y cuyo largo final recapitula los datos de los demás evangelios, se observa en todos ellos una distinción literaria y doctrinalmente subrayada entre: 1.- apariciones privadas que sirven para demostrar la Resurrección: a María Magdalena, sola, Jn 20,14-17; ver Mc 16,9, o acompañada, Mt 28,9-10; a los discípulos de Emaús, Lc 24,13-32; ver Mc 16,12; a Simón, Lc 24,34; a Tomás, Jn 20,26-29; 2. -una aparición colectiva con misión apostólica, Mt 28,16-20; Lc 24,36-49; Jn 20,19-23; ver Mc 16,14-18. Se advierten por otra parte dos tradiciones en la localización: en Galilea solamente, Mc 16,7; Mt 28,10 .16-20; en Judea solamente, Lc y Jn 20. Jn 21 añade, a modo de apéndice, una aparición en Galilea que, aun manteniendo un carácter privado (sobre todo en cuanto a Pedro y Juan) va acompañada de una misión (a Pedro). El kerygma antiguo que Pablo recita en 1 Co 15,3-7 enumera cinco apariciones (a las cuales se añade la aparición al mismo Pablo) que no son fáciles de armonizar con los relatos evangélicos; menciona en particular una aparición a Santiago que también la refiere el Evangelio a los Hebreos. Se advierten en todo ello tradiciones diferentes, debidas a grupos diversos, que resulta difícil precisar. Pero sus mismas divergencias atestiguan, mejor que una uniformidad artificialmente elaborada, el carácter antiguo e histórico de estas múltiples manifestaciones de Cristo resucitado.

 

 

 

 

 

 

28,17 

    Otra traducción menos autorizada por la gramática: «ellos que habían dudado». -Sobre estas dudas que Mt tiene que mencionar aquí por no haber narrado otra aparición a los discípulos, ver Mc 16,11 .14: Lc 24,11 .41; Jn 20,24-29.

 

 

 

 

 

 

28,18 

    En estas últimas instrucciones de Jesús, con la promesa que les sigue, está condensada la misión de la Iglesia apostólica. El Cristo glorioso ejerce tanto en la tierra como en el cielo, 6,10; ver Jn 17,2; Flp 2,10; Ap 12,10, el poder sin límites, Mt 7,29; 9,6; 21,23; etc., que ha recibido de su Padre, ver Jn 3,35+. Sus discípulos ejercerán, «pues», este poder en nombre de él por el bautismo y la formación de los cristianos. Su misión es universal: después de haber sido anunciada primeramente al pueblo de Israel, 10,5s+(?); 15,24, como lo pedía el plan divino, la salvación debe ser en adelante ofrecida a todas las naciones, 8,11; 21,41; 22,8-10; 24,14 .30s; 25,32; 26,13; ver Hch 18+; 13,5+; Rm 1,16+. En esta obra de conversión universal, por larga y laboriosa que pueda ser, el Resucitado estará vivo y operante con los suyos.

 

 

 

 

 

 

28,19 

    Es posible que esta fórmula se resienta, en su precisión, del uso litúrgico establecido más tarde en la comunidad primitiva. Es sabido que los Hechos hablan de bautizar «en el nombre de Jesús», ver Hch 1,5+; 2,38+. Más tarde se habrá hecho explícita la vinculación del bautizado con las tres personas de la Trinidad. Sea lo que fuere de estas variaciones posibles, la realidad profunda sigue siendo la misma. El bautismo vincula con la persona dé Jesús Salvador; ahora bien, toda su obra de salvación procede del amor del Padre y culmina con la efusión del Espíritu.