1,1

     La genealogía de Mt, aun indicando influencias extranjeras por parte de las mujeres, vv. 3.5.6, se limita a la ascendencia israelita de Cristo. Trata de vincularle a los principales depositarios de las promesas mesiánicas, Abrahán y David, y a los descendientes reales de este último, 2 S 7,1+; Is 7,14+. La genealogía de Lc, más universalista, se remonta a Adán, cabeza de toda la humanidad. De David a José, las dos listas sólo tienen en común dos nombres. Esta divergencia puede explicarse, o por el hecho de que Mt ha preferido la sucesión dinástica a la descendencia natural, o bien por la equivalencia que hay entre la descendencia legal (ley del levirato, Dt 25,5+) y la descendencia natural. Por lo demás, el carácter sistemático de la genealogía se pone de relieve, en Mt, con la distribución de los antepasados de Cristo en tres series de dos veces siete nombres, ver 6,9+, lo que obliga a omitir tres reyes entre Jorán y Ozías y a computar a Jeconías, vv. 11-12, por dos (ya que este mismo nombre griego puede traducir los dos nombres hebreos afines de Yoyaquín y Joaquín). Las dos listas terminan con José, que no es más que padre legal de Jesús; es que, a los ojos de los antiguos, la paternidad legal (por adopción, levirato, etc.) bastaba para conferir todos los derechos hereditarios, aquí los del linaje davídico. Esto no excluye que María también haya pertenecido a ese linaje, aun cuando los evangelistas no lo digan.

 

 

 

 

 

 

1,7 

    Var.: «Asá».

 

 

 

 

 

 

1,10 

    Var.: Amós.

 

 

 

 

 

 

 

1,16 

    Varios testigos griegos y latinos precisan: «José, con quien se desposó la Virgen María que engendró a Jesús»; de esta lectura mal entendida procede sin duda la sir. sin.: «José, con quien estaba desposada la Virgen María, engendró a Jesús. »

 

 

 

 

 

 

 

1,18 

    Los desposorios judíos suponían un compromiso tan real que al prometido se le Llamaba ya «marido» y no podía quedar libre más que por el «repudio» (v. 19).

 

 

 

 

 

 

 

 

1,19 

    José es justo en el sentido de que cumple la ley. Es la acepción normal de la palabra en el Judaísmo y en el mismo evangelio de Mateo. José quiere cumplir la ley y piensa en separarse de María, pero en vez del divorcio público, que en teoría suponía la lapidación de la mujer infiel (Dt 22), pero que en aquel tiempo ya no se practicaba, decide abandonarla privadamente, lo que constituía el procedimiento normal.

 

 

 

 

 

 

 

 

1,20 (a) 

    El «ángel del Señor», en los textos antiguos, Gn 16,7+, representaba primitivamente al mismo Yahvé. Diferenciado cada vez más de Dios por los progresos de la angelología, ver Tb 5,4+, sigue siendo el tipo del mensajero celeste y como tal aparece con frecuencia en los Evangelios de la Infancia: Mt 1,20 .24; 2,13 .19; Lc 1,11; 2,9 ver también Mt 28,2; Jn 5,4; Hch 5,19; 8,26; 12,7 .23.

 

 

 

 

 

 

 

1 20 (b)

    Como en el AT, Si 34,1+, Dios puede dar a conocer sus designios por un sueño: Mt 2,12 .13 .19 .22; 27,19; ver Hch 16,9; 18,9; 23,11; 27,23, y las visiones paralelas de Hch 9,10s; 10,3s. 11s.

 

 

 

 

 

 

 

1,21 

    «Jesús» (hebreo Yehosua) quiere decir «Yahvé salva».

 

 

 

 

 

 

 

1,22 

    Esta fórmula y otras afines serán frecuentes en Mt: 2,15 .17 .23; 8,17; 12,17; 13,35; 21,4; 26,54 .56; 27,9; ver 3,3; 11,10; 13,14; etc. Pero Mt no es el único en pensar que las Escrituras se cumplen en Jesús. Jesús mismo declara que ellas hablan de él, Mt 11,4-6; Lc 4,21; 18,31+; 24,44; Jn 5,39+; 8,56; 17,12; etc. Ya en el AT la realización de las palabras de los profetas era uno de los criterios de la autenticidad de su misión, Dt 18,20-22+. A los ojos de Jesús y de sus discípulos, Dios ha anunciado sus designios, con palabras o con hechos, y la fe de los cristianos descubre que el cumplimiento literal de los textos en la persona de Jesucristo o en la vida de la Iglesia manifiesta el cumplimiento real de las intenciones de Dios, Jn 2,22; 20,9; Hch 2,23+; 2,31 .34-35; 3,24+; Rm 15,4; 1 Co 10,11; 15,3-4; 2 Co 1,20; 3,14-16.

 

 

 

 

 

 

1,25 

    El texto no contempla el período posterior, y por sí mismo no afirma la virginidad perpetua de María, pero el resto del Evangelio, así como la tradición de la Iglesia, la suponen. Sobre los hermanos de Jesús, ver 12,46+.

 

 

 

 

 

 

 

2

    Después de presentar en el cap. 1 a la persona de Jesús, hijo de David e hijo de Dios, Mt expone en el cap. 2 su misión de salvación ofrecida a los paganos, a cuyos sabios atrae a su luz, vv. 1-12, y de sufrimiento en su propio pueblo, cuyas experiencias dolorosas revive: el primer destierro en Egipto, 13-15, la segunda cautividad, 16-18, la vuelta humillada del pequeño «Resto», nasúr, 19-23 (ver v. 23+). Estos relatos de carácter haggádico enseñan por medio de acontecimientos lo que Lc 2,30-34 enseña por las palabras proféticas de Simeón, ver Lc 2,34+.

 

 

 

 

 

 

 

2,1 (a) 

    Hacia el año 5 ó 4 antes de la era cristiana, ya que ésta comienza por error unos años después del nacimiento de Cristo, ver Lc 2,2+; 3,1+. Herodes reinó del 37 al 4 antes de nuestra era. Su reino llegó a comprender Judea, Idumea, Samaría, Galilea, Perea y otras regiones de la zona del Haurán.

 

 

 

 

 

 

 

 

2,1 (b) 

    Un relato como éste pide que «el Oriente» quede aquí en la vaguedad de una designación muy genérica: la región por excelencia de los sabios astrólogos que son los «magos». Se puede pensar en Persia, Babilonia o el sur de Arabia.

 

 

 

 

 

 

 

2,2 

    Otra traducción: «en su salida». Igualmente en el v. 9.

 

 

 

 

 

 

 

 

2,4 

    Llamados también «doctores de la Ley», Lc 5,17; Hch 5,34, o «legistas», Lc 7,30; 10,25; etc. Los «escribas» tenían la función de interpretar las Escrituras, y en particular la Ley mosaica, para sacar de ella las normas de conducta de la vida judía; ver Esd 7,16+ .11; Si 39,2+. Esta función les confería prestigio e influencia entre el pueblo. Los escribas se reclutaban sobre todo, pero no exclusivamente, entre los fariseos, 3,7+. Eran miembros del Gran Sanedrín, con los sumos sacerdotes y los ancianos.

 

 

 

 

 

 

2,9 

    El evangelista piensa manifiestamente en un astro milagroso, del que es inútil buscar una explicación natural.

 

 

 

 

 

 

 

2,11 

    Riquezas y perfumes de Arabia, Jr 6,20; Ez 27,22. Los Padres ven simbolizadas en ellos la Realeza (oro), la Divinidad (incienso) y la Pasión (mirra) de Cristo. La adoración de los Magos da cumplimiento a los oráculos mesiánicos sobre el homenaje de las naciones al Dios de Israel, ver Nm 24,17; Is 49,23; 60 ss; Sal 72,10-15.

 

 

 

 

 

 

2,15 

    Israel, el «hijo» del texto profético, era, pues, figura del Mesías.

 

 

 

 

 

 

 

 

2 16 

    Este relato tiene un paralelo, que es un precedente, en la infancia de Moisés contada por las tradiciones rabínicas: después de haber sido anunciado, por visiones o por magos, el nacimiento del niño, el Faraón ordena matar a los niños recién nacidos.

 

 

 

 

 

 

 

2,17 

    En el sentido primero de este texto, los hombres a quienes llora Raquel, su abuela, son los de Efraín, Manasés y Benjamín, muertos o deportados por los asirios. La aplicación que hace Mateo ha podido sugerírsela una tradición que situaba la tumba de Raquel en territorio de Belén, Gn 35,19s.

 

 

 

 

 

 

 

2,22 (a) 

    Este hijo de Herodes y de Maltaké (al igual que Herodes Antipas) fue etnarca de Judea del 4 a.c. al 6 p.c.

 

 

 

 

 

 

 

2 22 (b) 

    Dominio de Herodes Antipas, ver Lc 3,1+ 

 

 

 

 

 

 

 

2,23 

    «Nazoreo»: Nadsóraios (forma adoptada por Mt, Jn y Hch) y su sinónimo Nadsarénos (forma adoptada por Mc; Lc emplea las dos formas) son dos transcripciones corrientes de un adjetivo arameo (nasraya), derivado a su vez del nombre de lugar «Nazaret» (Nasrath). Aplicado a Jesús, cuyo origen denotaba, 26,69 .71, y luego a sus seguidores, Hch 24,5, este término se conservó en el mundo semítico para designar a los discípulos de Jesús, mientras que el nombre de «cristiano», Hch 11,26, prevaleció en el mundo grecorromano. No se ve claramente a qué oráculos proféticos alude aquí Mt; se puede pensar en el nazir de Jc 13,5 .7, o en el neser, «vástago», de Is 11,1, o mejor todavía en nasar, «guardar», de Is 42,6; 49,8, de donde nasur = el Resto. 

 

 

 

 

 

 

 

3,1 (a) 

    Expresión estereotipada, que no tiene más que un valor de transición.

 

 

 

 

 

 

 

3,1 (b) 

    Región montañosa y desolada que se extiende entre el yugo montañoso central de Palestina y la depresión del Jordán y del mar Muerto.

 

 

 

 

 

 

 

3,2 (a) 

    La metánoia, etimológicamente «cambio de mente», designa una renuncia al pecado, una «penitencia». Este pesar, que mira hacia el pasado, va acompañado normalmente de una «conversión», (verbo griego epistréfein), por la que el hombre se vuelve hacia Dios e inicia una vida nueva. Estos dos aspectos complementarios de un mismo movimiento del alma no se distinguen siempre en el vocabulario. Ver Hch 2,38+; 3,19+. Penitencia y conversión son la condición necesaria para recibir la salvación que trae el Reino de Dios. La llamada a la penitencia lanzada por Juan Bautista, ver también Hch 13,24; 19,4, será repetida por Jesús, Mt 4,17p; Lc 5,32; 13,3 .5, por sus discípulos, Mc 6,12; Lc 24,47, y por Pablo, Hch 20,21; 26,20.

 

 

 

 

 

 

 

3,2 (b) 

    En lugar de «Reino de Dios», ver 4,17+, expresión propia de Mt que responde a la preocupación judía por sustituir el Nombre temible de Dios con una metáfora.

 

 

 

 

 

 

 

3,6 

    El rito de inmersión, símbolo de purificación o de renovación, era conocido en las religiones antiguas y en el Judaísmo (Bautismo de los Prosélitos, Esenios). Aun inspirándose en estos precedentes, el bautismo de Juan se distingue de ellos por tres rasgos principales: apunta a una purificación no ya ritual sino moral, 3,2 .6 .8 .11; Lc 3,10-14; no se repite y cobra por ello el aspecto de una iniciación; tiene un valor escatológico, ya que introduce en el grupo de los que profesan una espera activa del Mesías próximo y constituyen por anticipado su comunidad, 3,2 .11; Jn 1,19-34. Su eficacia es real, pero no sacramental, puesto que depende del Juicio de Dios, que aún ha de venir en la persona del Mesías, cuyo fuego purificará o consumirá, según que se esté bien o mal dispuesto, y quien únicamente bautizará «en el Espíritu Santo», 3,7 .10-12; Jn 1,33+. Este bautismo de Juan aún será practicado por los discípulos de Cristo, Jn 4,1-2, hasta el día en que quede absorbido en el nuevo rito instituido por Cristo resucitado, Mt 28,19; Hch 1,5+; Rm 6,4+.

 

 

 

 

 

 

 

3,7 (a) 

    Secta de judíos, observantes de la Ley, muy apegados a la tradición oral de sus doctores. La interpretación diferente y profundizadora que Jesús da a la Ley, y su trato con los pecadores no podían menos de suscitar por parte de ellos una oposición, de la que los evangelios, sobre todo Mt, han conservado: numerosos ecos: ver Mt 9,11p; 12,2p .14p .24; 15,1p; 16,1p .6p;.19,3p; 21,45; 22,15p .34 .41; 23p; Lc 5,21; 6,7; 15,2; 16,14s; 18,10s; Jn 7,32; 8,13; 9,13s; 11,47s. La polémica lanzada por Mt contra los sucesores de los fariseos ha influido muy negativamente en la opinión que se tiene de ellos. Sin embargo, Jesús mantuvo con algunos relaciones amistosas, Lc 7,36+; Jn 3,1+ (?), y los discípulos encontraron en ellos aliados contra los saduceos, Hch 23,6-10. No se puede negar su celo, ver Rm 10,2, ni en ocasiones su rectitud, Hch 5,34s. El mismo Pablo se enorgullece de su pasado fariseo, Hch 23,6; 26,5; Flp 3,5.

 

 

 

 

 

 

3,7 (b) 

    Éstos, por reacción contra los fariseos, rechazaban toda tradición fuera de la Ley escrita, ver Hch 23,8+. Menos celosos y más, preocupados por la política, se reclutaban sobre todo entre las grandes familias sacerdotales, ver 21,23. El partido de los sumos sacerdotes estaba compuesto en gran parte por saduceos. Éstos también se enfrentaron a Jesús, Mt 16,1 .6; 22,23p, y a sus discípulos, Hch 4,1+; 5,17.

 

 

 

 

 

 

 

3,7 (c) 

    La ira, Nm 11,1+, del Día de Yahvé, Am 5,18+, que debía inaugurar la era mesiánica. Ver Rm 1,18.

 

 

 

 

 

 

3,11 

    El fuego, medio de purificación menos material y más eficaz que el agua, simboliza ya en el AT, ver Is 1,25; Za 13,9; Ml 3,2-3; Si 2,5; etc., la intervención soberana de Dios y de su Espíritu para purificar las conciencias.

 

 

 

 

 

 

3,12 

    El fuego de la gehenna, 18,9+, que consume por siempre lo que no ha podido ser purificado, Is 66,24; Jdt 16,17; Si 7,17; So 1,18; Sal 21,10; etc.

 

 

 

 

 

 

 

 

3,15 (a) 

    La iglesia naciente se persuadió muy pronto de que Jesús estaba libre de pecado, Jn 8,46; Hb 4,15. De ahí que se quisiera explicar por qué se sometía al bautismo de Juan (en el que él mismo reconocía un paso querido por Dios, ver Lc 7,29-30, preparación última de la era mesiánica, ver Mt 3,6+). Muy conciso, Mt 3,15 dice: (a) que, con su bautismo, Jesús satisface la justicia salvífica de Dios que preside el plan de la salvación, (b) que él mismo era justo obrando así, (c) que tenía que identificarse con los pecadores, ver 2 Co 5,21, y (d) que así preparaba el bautismo futuro de los cristianos, 28,19, poniéndose como modelo (nótese el plural «nosotros»).

 

 

 

 

 

 

 

3,15 (b) 

    Una leyenda apócrifa se ha interferido aquí en dos mss de la Vet. Lat.: «Y mientras era bautizado, una intensa luz se difundió fuera del agua, hasta el punto que todos los asistentes fueron presa del temor. »

 

 

 

 

 

 

 

 

3,16 (a) 

    Adicción: «para él», es decir, a sus ojos.

 

 

 

 

 

 

 

3,16 (b) 

    El Espíritu que aleteaba sobre las aguas de la primera creación, Gn 1,2, aparece aquí en el preludio de la nueva creación. Por un lado, unge a Jesús para su misión mesiánica, Hch 10,38, que en adelante seguirá dirigiendo, Mt 4,1p; Lc 4,14 .18; 10,21; Mt 12,18 .28; por otro, como lo, han entendido los Padres, santifica el agua y prepara el bautismo cristiano, ver Hch 1,5+.

 

 

 

 

 

 

 

 

3,17 

    Esta visión interpretativa designa ante todo a Jesús como el verdadero Siervo anunciado por Isaías. Con todo, el término «Hijo» que sustituye al de «Siervo» (gracias al doble sentido del término griego pais) subraya el carácter mesiánico y propiamente filial de su relación con el Padre, ver 4,3+.

 

 

 

 

 

 

 

Jesús es conducido al desierto para ser allí tentado durante cuarenta días, como lo había sido antes Israel durante cuarenta años, Dt 8,2 .4; ver Num 14,34. Allí sufre tres tentaciones, subrayadas por tres citas tomadas de Dt 6-8, capítulos dominados (como la ética de Mateo) por el mandamiento de amar a Dios: Dt 6,5. Las tres tentaciones, a primera vista enigmáticas, pueden entenderse (a la luz de la interpretación tradicional judía de Dt 6,5) como tentaciones contra el amor de Dios, valor supremo: a) No amar a Dios «con todo tu corazón», esto es, no someter a Dios tus deseos interiores, revelarse contra el alimento divino el maná. b) No amar a Dios «con toda tu alma», esto es, con tu vida, con tu cuerpo físico, hasta el extremo del martirio si es preciso. c) No amar a Dios «con todas tus fuerzas», esto es, con tus riquezas, lo que se posee, los bienes exteriores. Al final, Jesús se muestra como uno que ama a Dios perfectamente.

 

 

 

 

 

 

 

 

4,1 (a) 

    El Espíritu Santo. «Soplo» y energía creadora de Dios, que dirigía a los profetas, Is 11,2+; Jc 3,10+, va a dirigir ahora a Jesús mismo en el cumplimiento de su misión, ver 3,16+; Lc 4,1+, como más tarde dirigirá los comienzos y el desarrollo de la Iglesia, Hch 1,8+.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4,1 (b)

     Este nombre, que quiere decir Acusador, Calumniador, ha traducido a veces el hebreo Satán (Adversario), Jb 1,6+; ver Sb 2,24+. El personaje que lo lleva, dado que se dedica a hacer caer a los hombres en culpa, es considerado responsable de todo lo que obstaculiza la obra de Dios y de Cristo: 13,39p; Jn 8,44; 13,2; Hch 10,38; Ef 6,11; 1 Jn 3,8; etc. Su derrota significará la victoria final de Dios, Mt 25,41; Hb 2,14; Ap 12,9 .12; 20,2 .10.

 

 

 

 

 

 

4,3 

    El titulo bíblico de «Hijo de Dios» no expresa necesariamente una filiación de naturaleza, sino que puede indicar simplemente una filiación adoptiva resultante de una elección divina que establece entre Dios y su criatura relaciones de una protección particular. Así este título es aplicado a los ángeles, Jb 1,6, al Pueblo elegido, Ex 4,22; Sb 18,13, a los israelitas, Dt 14,1; Os 2,1; ver Mt 5,9 .45, etc., a sus jefes, Sal 82,6. Por tanto, cuando se dice del Rey Mesías, 1 Cro 17,13; Sal 27; 89,27, no exige que éste sea más que humano, y no es necesario suponer más en el pensamiento de Satán, Mt 4,3 .6, de los endemoniados, Mc 3,11; 5,7; Lc 4,41, a fortiori del centurión, Mc 15,39, ver Lc 23,47. Incluso las palabras del Bautismo, Mt 3,17, y de la Transfiguración, 17,5, no implicarían de suyo más que el favor especial otorgado al Mesías-Siervo; y la pregunta del sumo sacerdote, 26,63, no parece que va más allá de esta significación mesiánica. Pero el título de «Hijo de Dios» queda abierto en otros pasajes a la significación más elevada de una filiación propiamente dicha; y Jesús lo ha sugerido claramente al designarse como «el Hijo», 21,37, superior a los ángeles, 24,36, que tiene a Dios por «Padre» a título enteramente especial, Jn 20,17 y ver «Padre mío», Mt 7,21, etc., porque sostiene con él relaciones únicas de conocimiento y de amor, Mt 11,27. Estas declaraciones, apoyadas por otras sobre el rango divino del Mesías, 22,42-46, y sobre el origen celestial del «Hijo del hombre», 8,20+, confirmadas finalmente por el triunfo de la Resurrección, han dado a la expresión «Hijo de Dios» el sentido propiamente divino que se encontrará, por ejemplo, en San Juan, Jn 1,18+. Si los discípulos no tuvieron clara conciencia de ello en vida de Jesús (los textos de Mt 14,33 y 16,16, al añadir esta expresión al texto más primitivo de Mc, reflejan sin duda una fe más evolucionada), la fe que definitivamente adquirieron después de Pascua, con la ayuda del Espíritu Santo, se apoya no menos realmente en las palabras históricas del Maestro, que expresó, hasta donde podían captarlo sus contemporáneos, su conciencia de ser el Hijo propio del Padre.

 

 

 

 

 

 

 

4,13 

    «Nazará», forma muy rara, atestiguada por excelentes autoridades: B Z Orígenes k, ver Lc 4,16: la masa de testigos ha vuelto a la forma común «Nazaret».

 

 

 

 

 

 

 

4,17 

    La Realeza de Dios sobre el pueblo elegido, y a través de él sobre el mundo, es el tema central de la predicación de Jesús, como lo era el del ideal teocrático del AT. Implica un Reino de «santos», cuyo Rey verdadero será Dios, porque su reinado será aceptado por ellos con conocimiento y amor. Esta Realeza, comprometida por la rebelión del pecado, debe ser restablecida por una intervención soberana de Dios y de su Mesías, Dn 2,28+; 7,13-14. Es esta intervención la que Jesús, después de Juan Bautista, 3,2, anuncia como inminente, 4,17 .23; Lc 4,43. Antes de su realización escatológica definitiva en la que los elegidos vivirán cerca del Padre en la alegría del banquete celestial, 8,11+; 13,43; 26,29, el Reino aparece con comienzos humildes, 13,31-33, misteriosos, 13,11, impugnados, 13,24 .30, como una realidad ya comenzada, 12,28; Lc 17,20-21, en relación con la Iglesia, Mt 16,18+. Predicado en el universo por la misión apostólica, Mt 10,7; 24,14; Hch 1,3+,.será definitivamente establecido y devuelto al Padre, 1 Co 15,24, por el retomo glorioso de Cristo, Mt 16,27; 25,31, en el Juicio final, 13,37-43 .47-50; 25,31-46. Entretanto, se presenta como una gran gracia, 20,1-16; 22,9-10; Lc 12,32, aceptada por los humildes, Mt 5,3; 18,3-4; 19,14 .23-24, y los abnegados, 13,44-46; 19,12; Mc 9,47; Lc 9,62; 18,29s, rechazada por los soberbios y los egoístas, 21,31-32 .43; 22,2-8; 23,13. Sólo se entra en él con la vestidura nupcial, 22,11-13, de la vida nueva, Jn 3,3 .5; hay excluidos, Mt 8,12; 1 Co 6,9-10; Ga 5,21. Hay que velar para estar a punto cuando venga de improviso, Mt 25,1-13.

 

 

 

 

 

 

4,23 

    Las curaciones milagrosas son la señal preferente del advenimiento mesiánico, ver 10,1 .7s; 11,4s.

 

 

 

 

 

 

4,24 (a.) 

    Este término designa un vasto territorio dividido en tres grandes provincias, entre las cuales estaban «Siria-Palestina». Mt quiere indicar aquí el amplio eco de la palabra de Jesús.

 

 

 

 

 

 

4,24 (b) 

    Ahora los llamamos «epilépticos», ver 17,15.

 

 

 

 

 

 

4,25

     La Decápolis era una agrupación de diez ciudades libres con su territorio, diseminadas sobre todo al este y al nordeste del Jordán hasta incluir Damasco. 

 

 

 

 

 

 

    Jesús expone el nuevo espíritu del Reino de Dios, 4,17+, en un discurso inaugural, que Mc omite, Mc 3,19+, y del que Mt y Lc (6,20-49) presentan dos redacciones diferentes. Lucas suprime, como menos interesante para sus lectores, lo tocante a las leyes o prácticas judías, Mt 5,17-6,18; Mt, por el contrario, incluye en él palabras pronunciadas en otras ocasiones (véanse sus paralelos en Lc), con el fin de lograr un programa más completo. La estructura básica es: 1º introducción, 5,1-16; 2º una nueva interpretación de la ley moral bíblica, el Decálogo, los grandes mandamientos del amor a Dios y al prójimo, los deberes de piedad, 5,17-7,12; 3º conclusión, 7,13-19. Esta interpretación nueva implica una profundización y una interiorización.

 

 

 

 

 

 

5,1 

    Una de las colinas próximas a Cafarnaún.

 

 

 

 

 

 

5,3 (a) 

    El AT empleaba a veces fórmulas de felicitación como éstas, a propósito de piedad, de sabiduría, de prosperidad, Sal 1,1-2; 33,12; 127,5-6; Pr 3,3; Si 31,8; etc. Bienaventuranzas de carácter sapiencial se han descubierto en Qumrán. Jesús recuerda, en el espíritu de los profetas, que también los pobres participan de estas «bendiciones»: las tres primeras «bienaventuranzas», Mt 5,3-5; Lc 6,20 (a) (b)+, declaran que hombres considerados de ordinario como desgraciados y malditos son felices, ya que son aptos para recibir la bendición del Reino. Las bienaventuranzas siguientes apuntan más directamente a la actitud moral del hombre. Otras bienaventuranzas de Jesús: Mt 11,6; 13,16; 16,17; 24,46; Lç 11,27-28; etc. Ver también Lc 1,45; Ap 1,3; 14,13; etc.

 

 

 

 

 

 

5,3 (b) 

    Cristo recoge la palabra «pobre» con el matiz moral perceptible ya en Sofonías, ver So 2,3+, hecho aquí explícito por la expresión «de espíritu»; ausente en Lc 6,20. Indefensos y oprimidos, los «pobres» o los «humildes» están apunto para el Reino de los Cielos; tal es el tema de las Bienaventuranzas, ver Lc 4,18; 7,22 = Mt 11,5; Lc 14,13; St 2,5. La «pobreza» viene a parecerse a la «infancia espiritual» necesaria para entrar en el Reino, Mt 18,1s = Mc 9,33s; ver Lc 9,46; Mt 19,13sp; 11,25sp (el misterio revelado a los «pequeños», népioi, ver Lc 12,32; 1 Co, 1,26s). A los «pobres», ptójoi, corresponden también los «humildes», tapeinoi, Lc 1,48 .52; 14,11; 18,14; Mt 23,12; 18,4, los últimos opuestos a los «primeros», Mc 9,35, los «pequeños» opuestos a los «grandes», Lc 9,48; ver Mt 19,30p; 20,26p (ver Lc 17,10). Si bien la fórmula de Mt 5,3 subraya el espíritu de pobreza, tanto en el rico como en el pobre, a lo que Cristo se refiere generalmente es a una pobreza efectiva, en especial para sus discípulos, Mt 6,19s; ver Lc 12,33s; Mt 6,25p; 4,18sp (ver Lc 5,1s); 9,9p; 19,21p; 19,27 (ver Mc 10,28p); ver Hch 2,44s; 4,32s. Él mismo da ejemplo de pobreza, Lc 2,7; Mt 8,20p, y de humildad, Mt 11,29; 20,28p; 21,5; Jn 13,12s; ver 2 Co 8,9; Flp 2,7s. Se identifica con los pequeños y los desdichados, Mt 25,45; ver 18,5sp.

 

 

 

 

 

 

5,4

    O: «los humildes». Tomado del Sal 37,11 según el griego. El v. 4 podría no ser más que una glosa del y. 3; su omisión dejaría en siete el número de las bienaventuranzas, ver 6,9+.

 

 

 

 

 

 

5,12 

    Los discípulos son los sucesores de los profetas, ver 10,41; 13,17; 23,34. 

 

 

 

 

 

 

5,15 

    En la antigüedad, el celemín era un pequeño mueble de tres o cuatro patas. Sólo se trataría aquí, pues, de esconder la lámpara debajo de este mueble, algo así como debajo del lecho de Mc 4,21p, no de apagarla cubriéndola con un celemín moderno. Hoy diríamos tal vez «debajo del arca» (ese mueble que suele haber en las casas de pueblo).

 

 

 

 

 

 

5,17 

    Jesús no viene ni a destruir la Ley, Dt 4,8 + (y toda la economía antigua) ni a consagrarla como intangible, sino a darle con su enseñanza y su modo de actuar una forma nueva y definitiva, en la que por fin se realiza en plenitud aquello hacia lo que la Ley conducía. Esto es así en particular de la «Justicia», v. 20, ver 3,15; Lv 19,15; Rm 1,16+, justicia «perfecta», v. 42, de la que las sentencias de los vv. 21-48 dan varios ejemplos relevantes. El precepto antiguo se hace interior y llega hasta el deseo y el motivo secretos, ver 12,34; 23,25-28. Por tanto, ningún detalle de la Ley debe ser omitido mientras no haya sido así llevado a su cumplimiento, vv. 18-19; ver 13,52. No se trata tanto de aligeramiento como de profundización, 11,28. El amor, en el que ya se resumía la Ley antigua, 7,12; 22,34-40p, pasa a ser el mandamiento nuevo e inagotable de Jesús, Jn 13,34, y cumple toda la Ley, Rm 13,8-10; Ga 5,14; ver Col 3,14+.

 

 

 

 

 

 

5,18 (a) 

    Lit.: «en verdad (Amén) os digo...». Introduciendo algunos de sus dichos con Amén, término hebreo que significa «en verdad», Sal 41,14+; Rm 1,25+, Jesús subraya su autoridad: 6,2 .5 .16, etc.; Jn 1,51, etc. La palabra hebrea, que en su origen significaba «firmeza» evolucionó en dos direcciones: la de «verdad» y la de «fidelidad».

 

 

 

 

 

 

5,18 (b) 

    Se trata de los rasgos más pequeños del alfabeto hebreo.

 

 

 

 

 

 

5,21

    Por la enseñanza tradicional, dada oralmente, sobre todo en las sinagogas.

 

 

 

 

 

 

5,22 (a) 

    El término Raqa, traducido del arameo, significa: cabeza vacía, sin seso.

 

 

 

 

 

 

5,22 (b) 

    Aquí, el Gran Sanedrín, que tenía su sede en Jerusalén, por oposición a los simples «tribunales», vv. 21-22, distribuidos por el país.

 

 

 

 

 

 

5,22 (c) 

    Al sentido originario del término griego: «insensato», el uso judío añadía un matiz mucho más grave de impiedad religiosa.

 

 

 

 

 

 

5,37 

    Esta fórmula que aparentemente se entiende bien, ver 2 Co 1,17; St 5,12, puede explicarse de diversas maneras: 1º Veracidad: si es sí, decid sí; si es no, decid no. 2º Sinceridad: que el sí (o el no) de la boca corresponda al sí (o al no) del corazón. 3º Solemnidad: la repetición del sí o del no sería una forma solemne de afirmación o de negación que debe bastar y dispensar de recurrir a un juramento, comprometiendo a la divinidad. 

 

 

 

 

 

 

5,39 

    Jesús alude a la llamada «ley del talión». Al equiparar el castigo con el daño producido, la ley marcaba una restricción de la venganza (ver Gn 4 2 3-24). Jesús con esta modificación abre una etapa en la evolución de los comportamientos de la que ya hay algún eco en textos rabínicos. Nótese que todos los ejemplos propuestos (w. 39-40) se refieren a daños personales. Jesús no prohíbe oponerse dignamente a los ataques injustos, ver Jn 18,22s, ni, mucho menos, combatir el mal en el mundo.

 

 

 

 

 

 

5,40 

    A titulo de prenda, ver Ex 22,25s; Dt 24,12s. Es manifiesto el giro voluntariamente paradójico del pensamiento; ver 19,24.

 

 

 

 

 

 

5 43 

    La segunda parte de este mandamiento no se encuentra así en la Ley, ni podría encontrarse. Esta expresión forzada de una lengua pobre en matices (el original arameo) equivale a: «No tienes por qué amar a tu enemigo». Compárese con Lc 14,26 y su paralelo Mt 10,37. Encontramos, no obstante, en Si 12,4-7 y en los escritos de Qumrán (1 QS 1 10, etc.) una detestación de los pecadores que no está lejos del odio, y en la que Jesús ha podido pensar.

 

 

 

 

 

 

5,44 (a) 

    Adic.: «haced bien a los que os odien».

 

 

 

 

 

 

5,44 (b)

     Adic.: «y por los que os maltraten», ver Lc 6,27s.

 

 

 

 

 

 

5,46 

    Recaudadores de impuestos, a quienes el cargo, ejercido con extorsión, les granjeaba el desprecio público;.ver 9,10; 18,17+.

 

 

 

 

 

 

6,1 

    «Practicar la justicia» (var.: «hacer limosna»), es decir, practicar las obras buenas que hacen justo al hombre ante Dios. Las principales eran, a los ojos de los judíos, la limosna, vv. 2-4, la oración, vv. 5-6, y el ayuno, vv. 16-18.

 

 

 

 

 

 

6,2 

    Este epíteto, que califica a todos los falsos devotos de piedad afectada y ostentosa, se aplica especialmente, en el espíritu de Mateo, a la secta de los fariseos: ver 15,7; 22,18; 23,13-15.

 

 

 

 

 

 

6,5 

    Con su ejemplo, Mt 14,23+, lo mismo que con su doctrina, Jesús enseña a sus discípulos el deber y el modo de orar. La oración ha de ser humilde, sin pretensiones ante Dios, Lc 18,10-14, ni vanagloria ante los hombres, Mt 6,5-6; Mc 12,40p, del corazón más que de los labios, Mt 6,7, confiada en la bondad del Padre, Mt 6,8; 7,7-11p, e insistente hasta la importunidad, Lc 11,5-8; 18,1-8. Será ciertamente oída, si se hace con fe, Mt 21,22p, en nombre de Jesús, Mt 18,19-20; Jn 14,13-14; 15,7 .16; 16,23-27, y pide cosas buenas, Mt 7,11, como por ejemplo el Espíritu Santo, Lc 11,13. Ha de pedir a Dios el perdón, Mc 11,25, el bien de los perseguidores, Mt 5,44p; ver Lc 23,24, sobre todo, el advenimiento del Reino de Dios y la preservación en la prueba escatológica, Mt 24,20p; 26,41p; Lc 21,36; ver Lc 22,31-32; esta es toda la sustancia de la Oración modelo enseñada por el mismo Jesús, Mt 6,9-15p.

 

 

 

 

 

 

6,9 

En la redacción de Mt, el Padre nuestro contiene siete peticiones. Mt siente predilección por esta cifra: dos veces siete generaciones en la Genealogía, 1,17; siete bienaventuranzas, 5,3+; siete parábolas, 13,3+; perdonar no siete veces sino setenta veces siete, 18,22; siete maldiciones contra los fariseos, 23,13+. Tal vez para obtener esta cifra de siete es por lo que Mt ha añadido al texto básico (Lc 11,2-4) las peticiones tercera, ver 7,21; 21,31; 26,42, y séptima, ver el «Maligno» 13,19 .38.

 

 

 

 

 

 

6,11 

    Traducción tradicional y probable de un término difícil. Se ha propuesto también: «necesario para la subsistencia», y «del mañana». De todos modos, la idea es que hay que pedir a Dios el sustento indispensable de la vida material, pero nada más, no la riqueza ni la opulencia. Los Padres han aplicado este texto al alimento de la fe, el pan de la palabra de Dios y el pan eucarístico: ver Jn 6,22+.

 

 

 

 

 

 

6,13 (a) 

    Lit.: «no nos sometas». La traducción propuesta es equívoca. Dios nos somete a la prueba, pero él no tienta a nadie (St 1,12; 1 Co 10,13). Ni el griego ni la Vulgata traducen el sentido permisivo del verbo arameo, empleado por Jesús, «dejar caer» y no «hacer caer». Desde los primeros siglos, muchos manuscritos latinos sustituían «ne nos inducas» («no nos sometas») por «ne nos patiaris induci». («no permitas que seamos sometidos»). Lo que pedimos a Dios es que nos libre del Tentador y le rezamos para no caer en tentación (ver Mt 26,41p), es decir en la apostasía.

 

 

 

 

 

 

 

6,13 (b) 

    O: «del Malo» Adic.: «Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por los siglos. Amén», glosa litúrgica inspirada en 1 Cro 29,11-12, que era útil para reconducir la oración a su tema central, el Reino de Dios, v. 10. Falta en los principales mss del NT, pero se encuentra ya en la Didajé (s. II) y en mss. bizantinos.

 

 

 

 

 

 

6,23 

    Ojo bueno/ojo malo significan generoso/tacaño (Dt 15,9; Pr 22,9; Si 14,3 .10; 31,13 .23-24; 37,11; ver Mt 20,15). Lo que dice Mt es que la persona generosa es luminosa, mientras que la tacaña está en las tinieblas. Así entendidos estos versículos encajan perfectamente con el contexto de los versículos que hablan del tesoro (19-21) y del dinero (24).

 

 

 

 

 

 

7,1

     No juzguéis a los demás, para no ser juzgados por Dios. De igual modo en el v. siguiente; ver St 4,12.

 

 

 

 

 

 

7,6 

    Los manjares sagrados, alimentos santificados por haber sido ofrecidos al Templo, ver Ex 22,30; Lv 22,14. Así tampoco se ha de proponer una doctrina preciosa y santa a gente incapaz de recibirla bien, y que podría abusar de ella. El texto no precisa de qué gente se trata: ¿los judíos hostiles? ¿los paganos (ver 15,26)? 

 

 

 

 

 

 

7,12 

    Esta máxima de conducta era bien conocida de la Antigüedad, especialmente en el Judaísmo: ver Tb 4,15, carta de Aristeas, Targum de Lv 19 18, Hillel, Filón, etc., pero en forma negativa: no hacer al prójimo lo que no querríamos que él nos hiciera a nosotros. Jesús, y después de él los escritos cristianos, dan a esta máxima un giro positivo, que es bastante más exigente.

 

 

 

 

 

 

7,13 (a)

     La doctrina de los dos caminos, del bien y del mal, entre los que el hombre debe elegir, es un tema antiguo y extendido en el Judaísmo, ver Dt 30,15-20; Sal 1; Pr 4,18-19; 12,28; 15,24; Si 15,17; 33,14. Ha sido expuesta en un pequeño tratado de moral que nos ha llegado a través de la Didajé y su traducción latina Doctrina Apostolorum. Algunos quieren ver su influencia en Mt 5,14-18; 7,12-14; 19,16-26; 22,34-40 y en Rm 12,16-21; 13,8-12. 

 

 

 

 

 

 

7,13 (b)

     Var.: «ancho y espacioso es el camino».

 

 

 

 

 

 

7,15 

    Doctores de mentira que seducen al pueblo con apariencias de piedad, persiguiendo en el fondo fines interesados; ver 24,4s .24; Ez 22,28; Jr 23,9-14.

 

 

 

 

 

 

7,22 

    El día del Juicio final.

 

 

 

 

 

 

7,29 

    Que apoyaban todas sus enseñanzas en la «Tradición» de los antiguos, ver 15,2. -Adic.: «y fariseos».

 

 

 

 

 

 

8,3 

    Jesús manifiesta con sus milagros su poder sobre la naturaleza, 8,23-27; 14,22-23p, especialmente sobre la enfermedad, 8,1-4 .5-13 .14-15; 9,1-8 .20-22 .27-31; 14,34-36; 15,30; 20,29-34 y p; Mc 7,32-37; 8,22-26; Lc 14,1-6; 17,11-19; Jn 5,1-16; 9,1-41, sobre la muerte, Mt 9,23-26p; Lc 7,11-17; Jn 11,1-44, y sobre los demonios, Mt 8,29+. Los milagros de Jesús, diferentes por su simplicidad de los maravillosos prodigios del helenismo y del judaísmo rabínico, se distinguen sobre todo por su significación espiritual y simbólica: anuncian los castigos, 21,18-22p, y los dones de la era mesiánica, 11,5+; 14,13-21; 15,32-39p; Lc 5,4-11; Jn 2,1-11; 21,4-14, e inauguran el triunfo del Espíritu sobre el imperio de Satán, 8,29+, y las fuerzas del Mal, pecados, 9,2+, y enfermedades, 8,17+. Realizados a veces por compasión, 20,34; Mc 1,41; Lc 7,13, se destinan sobre todo a confirmar la fe, 8,10+; Jn 2,11+. Por eso Jesús los realiza en casos especiales, exigiendo el secreto de los favorecidos, Mc 1,34+, y reservándose el ofrecer más tarde el decisivo milagro de su propia resurrección, 12,39-40. Jesús comunica este poder de curación a sus apóstoles al enviarlos a predicar el Reino, 10,1 .8p; por eso Mt antepone a las consignas de la misión, 10, una serie de diez milagros, 8-9, como señales del misionero, Mc 16,17s; Hch 2,22; ver Hch 1,8+.

 

 

 

 

 

 

 8,10 

    Está fe que Jesús exige desde el comienzo de su actividad, Mc 1,15, y que constantemente exigirá, es un impulso de confianza y de abandono, por el cual el hombre renuncia a apoyarse en sus pensamientos y sus fuerzas, para abandonarse a la palabra y al poder de aquel en quien cree, Lc 1,20 .45; Mt 21,25p .32. Jesús la exige en especial con ocasión de sus milagros, 8,13; 9,2p .22p .28-29; 15,28; Mc 5,36p; 10,52p; Lc 17,19, que más que actos de misericordia son señales de su misión y del Reino, 8,3+; ver Jn 2,11+; por eso no puede realizarlos si no encuentra esta fe que debe darles su verdadero sentido, 12,38-39; 13,58p; 16,1-4. La fe, que exige un sacrificio del espíritu y de todo el ser, es un acto difícil de humildad, 18,6p, al que muchos se resisten, especialmente en Israel, 8,10p; 15,28; 27,42p; Lc 18,8, o no lo hacen más que a medias, Mc 9,24; Lc 8,13. Los mismos discípulos son tardos en creer, 8,26p; 14,31; 16,8; 17,20p, aun después de la Resurrección, 28,17; Mc 16,11-14; Lc 24,11 .25 .41. La más sincera fe de su jefe, la "Piedra", 16,16-18, vacilará ante el escándalo de la Pasión, 26,69-75p, pero luego saldrá triunfante, Lc 22,32. La fe, cuando es fuerte, obra maravillas, 17, 20p; 21,21p; Mc 16,17,lo consigue todo, 21,22p; Mc 9,23, especialmente la remisión de los pecados, 9,2p; Lc 7,50, y la salvación, para la cual es condición indispensable, Lc 8,12; Mc 16,16; ver Hch 3,16+.

 

 

 

 

 

 

8,11 

    Desde Is 25,6; 55,1-2; Sal 22,27, etc., el Judaísmo describe con frecuencia las alegrías de la era mesiánica con la imagen de un banquete: ver 22,2-14; 26,29p; Lc 14,15; Ap 3,20; 19,9.

 

 

 

 

 

 

8,12 (a) 

    Es decir, los judíos, herederos naturales de las promesas. Los que no hayan creído en el Cristo serán suplantados por paganos.

 

 

 

 

 

 

8,12 (b) 

    Imagen bíblica de la ira y del despecho de los impíos para con los justos, ver Sal 35,16; 37,12; 112,10; Jb 16,9. En Mateo describe la condenación.

 

 

 

 

 

 

8,17 

    Para Isaías, el Siervo «toma» sobre sí nuestros dolores por su propio sufrimiento expiador. Mt considera que Jesús los toma quitándolos con sus curaciones milagrosas. Esta interpretación, en apariencia forzada, contiene en realidad una profunda verdad teológica: si Jesús, el «Siervo», puede aliviar a los hombres de sus males corporales, que son la consecuencia y la pena del pecado, es porque ha venido a tomar sobre sí la expiación de los pecados.

 

 

 

 

 

 

8,18 

    La orilla oriental del lago Tiberíades.

 

 

 

 

 

 

8,20 

    «Hijo del hombre» es un semitismo enigmático con dos sentidos: el ordinario es una circunlocución por «hombre», «ser humano», que a menudo equivalía a «yo», como fórmula modesta de automención (piénsese en nuestro «un servidor»), por ej., Ez 2,1; Sal 8,4. Este es el caso aquí. El otro sentido, el teológico, se basa en Dn 7,13-14, donde el Hijo de hombre es un título que designa a un ser celeste, trascendental, quizá angélico o incluso divino, al que se le da el Reino de Dios. Este ser celeste adquiere un perfil mayor en los libros apócrifos, 1 Henoc 46-9 etc. y 4 Esdras 13, donde se le identifica con el Mesías. Se trata, pues, de una expresión que se refiere paradójicamente a la humildad y a la exaltación divina, lo que origina cierta confusión y, de otro lado, es una clave cristológica. En el NT la expresión sólo se encuentra en labios de Jesús (4 excepciones: Jn 12,34; Hch 7,56; Ap 1,13; 14,14) como automención. En los Sinópticos se refiere:· (a) a la vida presente, terrestre de Jesús (por ej., aquí); (b) a las predicciones de su pasión, muerte y resurrección (por ej., Mc 8,31; 9,31; 10,33-34); (e) a su venida como Hijo del hombre en un futuro glorioso (por ej., Mc 8,38; 13,26; 14,62 y p).

 

 

 

 

 

 

8,28 (a) 

    Así llamados por la ciudad de Gadara, situada al sudeste del lago. La var. «gerasenos» (Mc, Lc y Vulg. de Mt) deriva del nombre de otra ciudad, Gerasa o quizá Corsia; la var. «guerguesenos» proviene de una conjetura de Orígenes.

 

 

 

 

 

 

8,28 (b) 

    Dos endemoniados, en lugar de uno del texto de Mc y Lc; igualmente dos ciegos en Jericó, 20,30, y dos ciegos en Betsaida, 9,27, milagro que es un calco del anterior. Este desdoblamiento de los personajes puede ser un procedimiento de estilo de Mt. 

 

 

 

 

 

 

8,29 

    Mientras llega el día del Juicio, los demonios gozan de cierta libertad para sus crueldades en la tierra, Ap 9,5, cosa que realizan con preferencia posesionándose de los hombres, 12,43+. Esta posesión va acompañada con frecuencia de una enfermedad, ya que ésta es, como consecuencia del pecado, 9,2+, otra manifestación del dominio de Satán, Lc 13,16. Por eso los exorcismos del Evangelio, que a veces aparecen, como aquí, en su realismo, ver 15,21-28p; Mc 1,23-28p; Lc 8,2, se hacen a menudo a modo de curación, 9,32-34, 12, 22-24p; 17,14-18p; Lc 13,10-47. Con su poder sobre los demonios, Jesús destruye el imperio de Satán, 12,28p; Lc 10,17-19; ver Lc 4,6; Jn 12,31+, e inaugura el Reino mesiánico, del que es promesa característica el Espíritu Santo, ls 11,2+; Jl 3,1s. Si los hombres se niegan a comprenderlo, 12,24-32, los demonios lo saben bien, aquí y Mc 1,24p; 3,11p; Lc 4,41; Hch 16,17; 19,15. Jesús comunica a sus discípulos este poder de exorcismo al mismo tiempo que el poder de curaciones milagrosas, 10,1 .8p, que está en conexión con aquel, 8,3+; 4,24; 8,16p; Lc 13,32.

 

 

 

 

 

 

8,32

El relato de semejante modo de acabar con los puercos tendrá, para un auditorio judeocristiano, un doble aspecto, humorístico y utilitario, como la eliminación de las ratas o de los insectos.

 

 

 

 

 

 

9,1

Cafarnaún. ver 4,13.

 

 

 

 

 

 

9,2

    Jesús piensa en la curación del alma antes que la del cuerpo, y no realiza ésta sino en atención de aquella. Pero estas palabras contenían ya una promesa de curación, puesto que las enfermedades se consideraban como la consecuencia de un pecado cometido por el paciente o por sus padres, ver 8,29+; Jn 5,14; 9,2.

 

 

 

 

 

 

9,5

    Perdonar los pecados del alma es en sí más difícil que curar el cuerpo; pero es más fácil de decir, porque no se puede verificar exteriormente.

 

 

 

 

 

 

9,8

Nótese el plural: Mt piensa sin duda en los ministros de la Iglesia, que han recibido este poder del Cristo, 18,18.

 

 

 

 

 

 

9,9

    El mismo a quien Mc y Lc llaman Leví.

 

 

 

 

 

 

9,10

    Personas a quien sus costumbres personales o su profesión de mala nota, ver 5,46+, hacían impuras y con las que no se debía tratar. Eran particularmente sospechosas de no observar las numerosas leyes relativas a la alimentación, de lo cual se originaban problemas de comensalía, Mc 7,3-4 .14-23p; Hch 10,15+; 15,20+; Ga 2,12; ver 1 Co 8-9; Rm 14.

 

 

 

 

 

 

9,13

    Dios prefiere el sentimiento interior de un corazón sincero y compasivo a la práctica rigorista y exterior de la Ley. Es un tema frecuente en los profetas, Am 5,21+.

 

 

 

 

 

 

9,14 

    Juan Bautista. Sus discípulos, como los fariseos, practicaban ayunos por propia iniciativa para apresurar con su piedad la venida del Reino. Ver Lc 18,12.

 

 

 

 

 

 

9,15 (a) 

    Se trata de Jesús, cuyos compañeros, es decir, los "pajes de honor", no pueden ayunar porque los tiempos mesiánicos han comenzado ya con él.

 

 

 

 

 

 

9,15 (b)

     Claro anuncio de la muerte de Jesús

 

 

 

 

 

 

9,17 

    Mt modifica a Mc 2,21-22 con ligeros retoques, para subrayar la continuidad entre la vieja economía de la salvación y la nueva. La diferencia está entre lo bueno pero incompleto y lo completamente bueno. «Lo añadido» v.16 es en griego pléroma, «plenitud», juego intencionado de palabras. Ver 5,17s.

 

 

 

 

 

 

9,18 

    Jefe de sinagoga, y que según Mc y Lc se llamaba Jairo.

 

 

 

 

 

 

 

9,23 

    Ruidosas manifestaciones del duelo oriental.

 

 

 

 

 

 

 9,27 

    Título mesiánico, 2 S 7,1+; ver Lc 1,32; Hch 2,30; Rm 1,3, comúnmente aceptado en el Judaísmo, Mc 12,35; Jn 7,42, y cuya aplicación a Jesús subraya especialmente Mt 1,1; 12,33; 15,22; 20,30p; 21,9 .15. Sin embargo, Jesús lo acepta con reservas, porque implicaba una concepción demasiado humana del Mesías, Mt 22,41-46; ver Mc 1,34+, y prefiere el misterioso título de Hijo del hombre, 8,20+. El por qué se invoca como Hijo de David para pedir la curación, si David no se distinguía por curar, puede explicarse porque los judíos del tiempo del evangelio sí veían como tal a Salomón, hijo de David y sucesor suyo (ver el Testamento de Salomón).

 

 

 

 

 

 

9,34 

    V. omitido por testigos del texto «occidental».

 

 

 

 

 

 

9,36 

    Imagen bíblica: Nm 27,17; 1 R 22,17; Jdt 11,19; Ez 34,5; 2 Cro 18,16.