Bienaventuranzas VI

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7)

 

Todas las bienaventuranzas que hemos visto hasta ahora (pobres de espíritu, sufridos, los que tienen hambre y sed de la justicia), nos han recordado algunas disposiciones internas para ser felices, para poder vivir el encuentro con Dios. La B. de los misericordiosos se refiere más que a las disposiciones internas, al amor al prójimo: cómo vivir el amor al prójimo, cómo relacionarnos con los demás para ser dichosos. Esta B.  se refiere más bien a la manera de comportarse con los demás. Se puede considerar esta B. como prolongación de las bienaventuranzas que hemos visto hasta ahora: los que son pobres de espíritu, los que son humildes, están preparados para relacionarse bien con Dios, pero también están preparados para relacionarse con los hermanos-hermanas necesitados. El que es pobre de espíritu podrá vivir esta B. Es evidente que esta B. nos viene bien para nuestras relaciones comunitarias y para todas nuestras relaciones con los demás.

Seguiremos el mismo método que hemos seguido hasta ahora con las otras bienaventuranzas:

      • qué se entiende por  misericordia
      • cómo ha vivido Jesús esta misericordia
      • qué es alcanzar misericordia
      • S. Benito

Para concretar qué entiende Mateo por una conducta misericordiosa, qué es ser misericordioso, recurrimos  a algunos textos de la Biblia. Y lo primero que vemos en la Biblia es que:

 

1. Dios es misericordioso. Vamos a leer algunos textos donde Dios se nos revela como misericordioso. Y esto no por curiosidad, sino para poder participar en la misericordia de Dios. Si Dios actúa con misericordia ¿Nosotros qué?  En la Biblia Dios revela su misericordia en dos campos sobre todo:

    • perdonando
    • ayudando a los que se encuentran en apuros

Algunos ejemplos:

a. Dios manifiesta su misericordia perdonando:

      • Ex 34,6-8: “Yahvé pasó por delante de él y exclamó: Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado…” Dios se inclina más al perdón que al castigo.
      • Jr 3,12: “Anda y pregona estas palabras al Norte y di: Vuelve, Israel apóstata -oráculo de Yahvé- ; no estará airado mi semblante contra vosotros, porque soy misericordioso: no guardo rencor para siempre”. Israel es invitado a la conversión porque Dios es misericordioso, sabe olvidar todo.
      • Sal 102,8-10 (Vulg.): “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas”.

En estos textos vemos claramente en qué consiste la misericordia de Dios: no hay proporción entre el pecado y el castigo. Siempre mitiga el rigor. Dios está inclinado a perdonar los pecados, no guarda rencor. El perdón es la revelación de la misericordia de Dios.

b. Dios es misericordioso ayudando a los que se encuentran en apuros: en la pobreza, en la desgracia, los que sufren. Algunos ejemplos:

      • Ex 22,25-26: “Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol, porque con él se abriga; es el vestido de su cuerpo. ¿Sobre qué va a dormir, sino? Clamará a mí, y yo le oiré, porque soy misericordioso”. Dios se manifiesta misericordioso con este pobre.
      • Sal 85,14-16 (Vulg) : “Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí…Pero tú, señor, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí”. A causa de su desgracia recurre a la misericordia de Dios.

Dios manifiesta su misericordia perdonando los pecados y ayudando a los desgraciados en sus necesidades. Estas dos dimensiones de la misericordia de Dios habrá que tenerlas en cuenta para nuestra manera de realizar la misericordia.

 

2. Jesús también es misericordioso. Jesús nos ha manifestado la ternura de Dios y su amor (Tt 3,4). En los Evangelios encontramos ejemplos de la misericordia de Jesús:

      • Mt 9,13: “Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Es la respuesta que da Jesús a los fariseos que le reprochan de que como con los pecadores y publicanos. Les dice que no han comprendido la voluntad de Dios. No han comprendido la importancia que Dios concede a la misericordia, perdonando los pecados. Jesús no hace más que cumplir la voluntad de Dios
      • Lc 15,20: “Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, es echó a su cuello y le besó efusivamente”. La acogida que el padre concede a su hijo pecador, es la acogida que el Padre del cielo concede a los pecadores; pero esta acogida del Padre, Jesús la encarna, la manifiesta y la vive en el encuentro con los pecadores.

Jesús manifiesta y vive la misericordia del Padre no sólo perdonando, sino también curando, ayudando a los  necesitados:

      • Mc 10, 46-52: La curación del ciego de Jericó: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mía” (47).
      • Lc 7,13: Ante el dolor de la viuda de Nain: “Al verla el Señor, tuvo compasión de ella”.
      • Mt 15,22: Ante la mujer cananea: “Una mujer cananea gritaba diciendo: “Ten piedad de mí, Señor, hijo de David”. Se pueden multiplicar los ejemplos donde Jesús vive y comunica la misericordia del Padre, la ternura del Padre.

Resumiendo lo que hemos dicho: Me parece que es importante recordar la misericordia del Padre y la misericordia de Jesús para comprender y vivir la misericordia cristiana. La misericordia de Dios es el amor que reacciona ante la miseria de la humanidad, ya perdonando, ya ayudando a los necesitados. La manera de actuar de Dios y de Jesús es una llamada para nosotros: nosotros también debemos prolongar esta misericordia de Dios perdonando y ayudando a los necesitados.

S. Lucas nos lo dice expresamente: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordiosos” (Lc 6,36). Estas palabras de Jesús son la conclusión de lo que ha dicho en los versículos precedentes (6,27-30):

      • amad a los enemigos (v. 27)
      • haced bien a los que os odian (v. 27)
      • bendecid a los que os maldigan (v. 28)
      • prestad la otra mejilla (v. 29)

La misericordia que nos pide esta B. es algo más que un sentimiento del corazón que nos lleva a compadecernos de la desgracia ajena. Es sencillamente participar del amor de Dios que se inclina a la humanidad. Es prolongar la actitud de Jesús con los pecadores y personas necesitadas. S. Pablo nos lo dice claramente: “Como el Señor os perdonó, perdonad también vosotros. ( Col 3,13).

Pienso que lo que hemos dicho hasta ahora es suficiente para animarnos a vivir la misericordia en nuestras relaciones con los demás, y sentirnos felices. Es cosa grande el poder prolongar y encarnar la manera de actuar de Dios Padre y de Cristo. Esto es ya una bienaventuranza. Nos queda por ver la segunda parte de la B.

 

3. Porque ellos alcanzarán misericordia. No se trata sólo de ser misericordioso como Dios, prolongando su conducta, sino que se trata de ser misericordioso para que Dios lo sea con nosotros. En el último día alcanzaremos misericordia, si ahora aquí hemos ejercido la misericordia con los demás. Parece como que Dios calcara su conducta en la nuestra. En todas la Bienaventuranzas hemos visto hasta ahora el objetivo:

    • de ellos es el Reino de los Cielos (v.3)
    • poseerán en herencia la tierra (v.4)
    • serán consolados (v. 5)
    • serán saciados (v.6).

Y ahora tenemos: “alcanzarán misericordia”. El verbo en el texto original está en forma pasiva del futuro, y quiere decir que el sujeto es Dios: Dios hará misericordia . En el juicio final seremos juzgados como hayamos vivido ahora la misericordia. Algunos ejemplos:

      • St 2,13: “Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia”. La expresión es fuerte, aunque está en forma negativa: Dios calcará en el juicio final su conducta en nuestra conducta de este mundo.
      • Mt 6,12: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores”. Parece como si nosotros pusiéramos la medida a Dios. Es expresión que hace reflexionar. No podemos descuidar la vida de cada día.
      • Mt 18,23-35: La parábola del siervo sin misericordia. Esta parábola es la conclusión del discurso comunitario (cap. 18), en el que Mateo insiste en el ejercicio de la misericordia con los pequeños (v.14), y también en el perdón para con los delincuentes (vv. 21-35). La conclusión de la parábola está en el v. 35: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, sino perdonáis de corazón a vuestros hermanos”.  Es necesario darnos cuenta que nuestra conducta determinará el juicio de Dios el último día. Estamos aquí en la misma perspectiva que en nuestra B: los misericordiosos alcanzarán misericordia”.
      • Mt 25, 31-46: La descripción del juicio final. No aparece el término “misericordia”, pero habla de la misericordia. Hay una palabra que es significativa: es la “bendición” pronunciada por el Rey en el juicio: “Venid benditos de mi Padre”. Podría corresponder a “bienaventurados” de Mt 5,7. Mateo quiere recordarnos la importancia que tienen las obras de misericordia para recibir el premio  del Reino. Habla de:
          • los hambrientos (v.35)
          • los sedientos (v.35)
          • los forasteros (v.35)
          • los desnudos (v.35)
          • los enfermos (v.36)
          • encarcelados (v.36)

Seremos juzgados el último día desde el trato que hayamos dado a esta personas. Estamos cerca de nuestra B: los misericordiosos obtendrán misericordia. La vida de ahora condiciona el último juicio. Este tercer punto es importante: esta B. no nos dice la forma positiva del Reino, qué será la vida del Reino definitivo, pero nos habla de las condiciones para entrar en el Reino, cómo deben ser nuestras relaciones con el prójimo: vivir el perdón y la misericordia, la ayuda a los necesitados. Es interesante descubrir la relación que tiene el tiempo que estamos viviendo con la última etapa de nuestra vida. Nuestra misericordia de ahora es garantía de que obtendremos misericordia.

 

4. S. Benito. Acercándonos un poco a nuestra vida monástica, ¿qué nos dice S. Benito de esta B.? ¿Cómo la podemos vivir en la vida diaria? Unas breves alusiones.

S. Benito nos recuerda en su Regla que los oficios de laudes y vísperas no deben terminar nunca sin que el Superior diga íntegramente la oración del Señor, de modo que todos lo oigan (RB 13,12-14). S. Benito supone que en las comunidades hay roces : no somos ángeles. Todos llevamos el pecado original: “A causa de las espinas de los escándalos que suelen nacer, para que advertidos por la promesa de la misma oración por la cual dicen: Perdónanos, así como nosotros perdonamos, se purifiquen de semejante vicio”. Aquí tenemos lo que hemos dicho de la B. recordando el trasfondo de la parábola del siervo que no perdonó. Es la bienaventuranza del perdón: la felicidad de perdonar y de ser perdonados. Es hacer actual y vida la misericordia de Dios. A veces nos cuesta, pero la experiencia  enseña que el perdón dado y el perdón recibido recrea a la persona.

Además de hacernos partícipes de la misericordia de Dios en el perdón, S. Benito desarrolla también el otro aspecto de la misericordia: ayuda a los necesitados. Ejemplos:

RB 64,10: “El Abad prefiera siempre la misericordia a la justicia, para que él consiga lo mismo”. Es la ternura de Dios que se inclina a los necesitados en la Comunidad. Y aquí aparece lo que decíamos antes de la B.: la misericordia del Abad para con los monjes, condiciona la misericordia de Dios para con el Abad.

Esta actitud que recomienda S. Benito al Abad debe extenderse a todos los miembros de la Comunidad, en especial, a los que tienen alguna responsabilidad: “El que necesita más humíllese por su flaqueza y no se engría por la misericordia” (RB 34,4). S. Benito recomienda que se tengan en cuenta las necesidades especiales de cada uno, sin aplicar estrictamente la Regla. De ahí viene la paz.

S. Benito habla de manera especial de los jóvenes y los ancianos: “Aun cuando la misma naturaleza humana se inclina de suyo a la misericordia para con estas edades, es decir, los ancianos y los jóvenes, no obstante, vele también por ellos la autoridad de la Regla” (RB 37,1). Es una misericordia donde se vive la ternura de Dios, el amor de Cristo para todos los seres humanos. No es sólo cuestión de mis sentimientos.

RB 4,74: “No desesperar nunca de la misericordia de Dios”. Este instrumento podemos  ponerlo muy dentro de nuestro corazón. Aquí descubre S. Benito el conocimiento que tiene de Dios y de la naturaleza y limitaciones de las personas.

 

Conclusión.

Algunas anécdotas para terminar.

 1. Hace algunos años, murió el cardenal Hume, benedictino, primado de Inglaterra. Parece que cuando le anunciaron que su cáncer estaba ya en fase terminal, parece que dijo: “Si pudiera volver a empezar, sería mejor monje, mejor Abad y mejor Obispo”. Y después pensó y dijo: “En el momento de morir es preferible presentarse ante Dios, no agradeciendo haber sido un buen monje, un buen Abad, un buen Obispo, sino diciendo: ¡Oh Dios, ten misericordia de este pecador! Pues recibiré mejor el don de Dios, llegando con las manos vacías. ¡Oh Dios, ten misericordia de este pecador!”. Esto lo dijo en la homilía del funeral el que presidía.

2. José Luis Martín Descalzo preguntó  en cierta ocasión a Teresa de Calcuta: “¿No cree Ud. que el camino para resolver los problemas del mundo no está en curar unas cuantas heridas, sino en denunciar la injusticia y en combatir la opresión?”. Y Madre Tersa le contestó: “Nosotros nos dedicamos a ayudar hoy. Luchar para el futuro es una tarea larga; mientras la preparo se me puede morir un niño  por falta de un vaso de leche. Nuestra misión no es juzgar si la situación es justa o injusta; nuestra misión es ayudar. Denunciar la injusticia lleva mucho tiempo. Hay mucha gente, además, que lo hace muy bien. Nuestra vocación es distinta. Si alguno tiene vocación de denunciar la injusticia, que lo haga. Trabajando juntos, lograremos mucho” (A. Aparicio Rodríguez, Las bienaventuranzas en la vida religiosa, pág. 230).

3. Un joven monje  se fue a visitar a un anciano que vivía en su ermita, y le encontró en el jardín. El anciano le dijo: “Puedes coger todo lo que hay en este jardín”. Y el joven  le preguntó: “¿Habrá aquí la misericordia de Dios?”. Y el anciano le preguntó: “¿Qué has dicho?”. El joven: “Si hay aquí la misericordia de Dios”. Y el anciano le volvió a preguntar: “¿Qué has dicho?”. Y el joven, lo mismo. Entonces el anciano se quedó silencioso, y dejando al joven, se fue al desierto, diciendo: “Vamos a encontrar la misericordia de Dios, para que Dios tenga misericordia de nosotros el día del juicio”. (Apotegma)