Bienaventuranzas V

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados (Mt 5,6)

 

Recordemos antes de empezar la lectura de esta Bienaventuranza que estamos al pie de la montaña para escuchar a Jesús que nos habla. Queremos escuchar al Señor porque somos un pueblo que camina hacia la Pascua. Lo mismo que las Bienaventuranzas de los mansos y de los que lloran, aquí también sentimos la presencia-ausencia del Señor. Necesitamos ser saciados con el rostro del Señor. Estamos en tiempo de búsqueda, de fe que crea esperanza. Sabemos que Dios ha salido a nuestro encuentro en su Hijo, en un gesto de amor inmenso. El espera ahora nuestra respuesta. Somos dichosos si nuestra respuesta es auténtica, tal como quiere Dios de nosotros.

Seguiremos el mismo método que para las otras Bienaventuranzas:

Veremos en primer lugar el trasfondo bíblico de esta Bienaventuranza, tanto en el A. como en el N. T. Sobre todo, recordaremos el contexto especial de S. Mateo.

Jesús ha vivido esta Bienaventuranza

Qué se entiende por "ser saciado"

Concreción de S. Benito

 

1. Qué se entiende por hambre y sed. Quiénes son los destinatarios de la B. Lo primero que tenemos que recordar es que Lucas también tiene esta misma B., pero con un matiz distinto: " Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados" (6,21). Aquí el mensaje de Jesús se refiere a los hambrientos, a los pobres que tienen hambre, a los que no tienen qué comer, están desprovistos del alimento necesario, y además no tienen medios para procurarse el pan necesario. Son los pobres que no tienen el mínimo vital.

A éstos Jesús les anuncia la bienaventuranza, son bienaventurados, porque tienen un privilegio especial en el Reino de Dios que ha traído Cristo. Dios se inclina de una manera especial a las necesidades de estas personas. En el momento en que se les anuncia -ahora- deben ser felices, porque Dios ha intervenido ya.

Mateo en nuestro texto ha añadido algo importante: "Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia". Mateo no habla de personas que sufren hambre y sed físicas, falta de alimento y bebida, sino de personas que desean, buscan, anhelan la justicia con toda su alma. Tiene un empeño extraordinario en buscar y vivir la justicia, es decir, la voluntad de Dios, los planes salvíficos de Dios. En Mateo tenemos una transposición, un corrimiento: del plano material, del hambre física, pasa al hambre y sed para designar el anhelo interior, un deseo fuerte. Podríamos decir: en Lucas tenemos la oración siguiente: " Señor, da pan a los que tienen hambre". Y en Mateo: "Señor, da hambre de justicia a los que tienen pan". Se podría resumir lo que quiere decir Mateo: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura". Aunque no hemos recordado, este mismo deslizamiento, transposición, se da también en la primera B. Lucas dice: "Bienaventurados los pobres" (materialmente). Mateo dice: "Bienaventurados los pobres de espíritu" (disposiciones internas).

En Mateo, pues, "hambre y sed" hay que entenderlas como metáfora, como imagen para expresar el deseo, el anhelo. En el A. T. encontramos casos en que se utiliza "hambre y sed" para expresar la búsqueda de Dios. Algunos ejemplos:

Dt 8,3: "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". El hambre de Dios no puede ser satisfecha sólo por el pan material.

Am 8,11-12: "He aquí que vienen días en que yo mandaré hambre a la tierra; no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Yahvé". El hambre y sed de que habla este profeta se sacian escuchando la palabra de Dios, recibiendo y aceptando la voluntad de Dios.

Sal 41,3 (Vulg): "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo". El salmista anhela a Dios, como la cierva sedienta busca las corrientes de agua.

Desde este trasfondo bíblico del A.T., podemos entender mejor que la B. se dirige a los que tienen hambre y sed de la justicia. Quiere expresar el anhelo, el deseo intenso de la búsqueda de Dios, de la justicia de Dios. Y ahora tenemos que preguntarnos qué es esa justicia de la que los cristianos deben tener hambre y sed.

 

2. La justicia. Aquí no es necesario recurrir al A.T.; basta recurrir al contexto inmediato del sermón de la montaña de Mateo. Mateo utiliza varias veces la palabra "justicia" en el sermón de la montaña. Lo primero que hay que recordar es que la palabra "justicia" no indica aquí, en primer lugar, la justicia distributiva, el justo estado de las cosas entre los hombres. La palabra "justicia" indica aquí la acción salvífica de Dios, que comunica por medio de Cristo, y así Dios va creando la sociedad nueva, haciendo justos, es decir, capaces de comunión, y liberándolos del egoísmo. Tener hambre sed de la justicia quiere decir hacer la voluntad del Padre, revelada por Cristo en su vida. Algunos ejemplos del sermón de la montaña:

Mt 5,20: " Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos". Aquí la justicia de los cristianos se define en comparación con la de los judíos. Para poder entrar en el Reino de los Cielos es necesario superar la manera de actuar de los judíos. La justicia cristiana tiene que ser mayor. ¿En qué sentido? No en incremento cuantitativo - más prácticas, más observancias -, sino en intensidad cualitativa: llegar a realizar mejor la voluntad de Dios. A continuación, Mateo pone una serie de antítesis donde Cristo nos manifiesta la voluntad de Dios:

La ley judía decía: "No matarás" (5,21). La justicia de Dios manifestada en Cristo va más allá: "Pero yo os digo: Todo aquel que se encoleriza contra su hermano, será reo ante el tribunal" (5,22-24).

La ley judía decía: "Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo" (5,43). La justicia cristiana va más allá: "Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los os persiguen" (5,43).

La ley judía decía: "Ojo por ojo, diente por diente" (5,38). La justicia cristiana va más allá: "Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra" (5,39).

Jesús nos ha dado a conocer la voluntad de Dios con mucha más profundidad que la ley judía. Esa es una voluntad que se extiende a todos los ámbitos de la vida humana, y se refiere a las relaciones de los hombres con Dios y entre sí. Y termina Mateo: " Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (5,48). Si tenemos que amar a los enemigos es porque Dios ama incluso a los pecadores. Dios no ama sólo a los buenos y justos, sino también a los malos y pecadores. Hace salir el sol sobre malos y buenos (Mt 5,45).

Tener hambre y sed de la justicia es buscar, intentar, trabajar por vivir la Buena Nueva del Evangelio: el programa que nos presenta Jesús en el sermón de la montaña y en todo el Evangelio. Todo esto se puede resumir en las palabras de Jesús: "No todo el que diga, Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial" (Mt 21,7).

Esta sería la condición del cristiano para ser bienaventurado: tener hambre y sed de la justicia: desear, buscar realizar la voluntad de Dios manifestada en Cristo.

 

3. Jesús ¿Cómo ha vivido esta búsqueda de la voluntad del Padre? ¿Ha tenido Jesús hambre y sed de la justicia? Brevemente:

Jesús antes de inaugurar su misión, ha manifestado a Dios que tiene hambre y sed de su voluntad. Es la tentación que nos traen los sinópticos, y que solemos leer todos los años en el primer domingo de Cuaresma. Jesús manifestó a Dios el deseo de realizar su voluntad. Podía haber escogido un camino fácil, tal como le sugería el tentador. Pero él responde: "No sólo de pan vive el hombre, sino de la palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). Encamina su vida a realizar la misión de siervo que ha recibido de su Padre el día de su bautismo. Esta es la orientación que da Jesús a toda su vida: obediencia a la voluntad del Padre.

La primera palabra que pronuncia Jesús en el Evangelio de S. Mateo es la respuesta a Juan Bautista: " Déjame ahora, pues, conviene que así cumplamos toda justicia" (Mt 3,15). Es decir, Jesús debe llevar a plenitud la voluntad del Padre.

La voluntad de Dios Padre fue, a lo largo de su vida, el alimento por el que suspiraba (Jn 4,34; 6,38: 8,29). No fue tarea fácil: tuvo que sudar sangre (Lc 22,44).

Jesús presenta su pasión y muerte como expresión de su amor al Padre: "Ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14,31). La resurrección ha sido la respuesta del Padre al amor de Jesús: le ha glorificado, le ha constituido Mesías y Señor (Hch 2,36). Es el momento culminante de la realización de la voluntad del Padre: "Ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14,31).

La resurrección ha sido la respuesta del Padre al amor de Jesús: le ha glorificado, le ha constituido Mesías y Señor (Hch 2,36). Es el momento culminante de la realización de la voluntad del Padre. La nueva humanidad ha comenzado.

Toda esta justicia de Jesús, este realizar la voluntad del Padre, ha estado movido y dinamizado por el Espíritu Santo, que es amor: desde su encarnación, también en la tentación del desierto (Mt 4,1: fue llevado por el Espíritu al desierto), hasta la resurrección Jesús es conducido por el Espíritu. Ha sido resucitado por el Padre en el Espíritu ( Rm 8,11).

En este camino de la búsqueda de Dios, Jesús es modelo, pero además es fuerza, es luz, es el amigo que nos dice: "Venid conmigo, que yo os acompaño". Podemos confiar en él. Cualquier página del Evangelio nos hace conocer esta actitud de Jesús entregado al Padre y a los hombres, y es una invitación a caminar con él.

 

4. Serán saciados. Nos queda por ver el objetivo de esta B. la recompensa. El hambriento, el sediento de la justicia encontrará sosiego, será saciado un día. ¿Cuándo, cómo? La forma pasiva del verbo "serán saciados" indica que será obra de Dios. Dios los saciará: "Mira que estoy en la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Apc 3,20). ¿Cuándo? Se realizará esto cuando la venida del reino de Dios, cuando veamos cara a cara a Dios, cuando estemos con Dios plenamente. El salmo 16,15 (Vulg.): "Yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante". Será la realización de la alianza: "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jr 31,33).

Cuanto mayor sea ahora el hambre y sed de la justicia, tanto mayor será la capacidad de dicha, que un día será colmada en la plenitud divina. Entonces Dios nos saciará. Serán colmados todos nuestros deseos que hayamos vivido en nuestra búsqueda de Dios. Por eso, esta B. es una invitación a buscar y realizar la voluntad de Dios. Nos lanza a la búsqueda de Dios y de su justicia, búsqueda de ese Dios presente en nuestra vida, en nuestros hermanos-hermanas, en toda nuestra vida de cada día. Esta B. nos invita a una conversión incesante.

Diría también esto: para ser felices no debemos esperar a la otra vida, a la vida del más allá. Ya desde ahora, desde la llegada de Cristo, tenemos el comienzo de la llegada del Reino. Nosotros en esta búsqueda de la justicia de Dios hoy, debemos ser felices por la fe que crea esperanza. Es una espera que da sentido a la vida. Es el mismo caso que de las otras Bienaventuranzas:

de ellos es el Reino de los Cielos (5,3)

poseerán en herencia la tierra (5,4)

serán saciados (5,6)

La felicidad debe empezar aquí: la religión cristiana es religión de esperanza. Antes de que Dios intervenga definitivamente, saciando nuestra hambre y sed de Dios, el creyente vive de la dicha del amor, que es ya participación en la vida de Dios.

 

5. S. Benito. Para terminar quisiera hacer una alusión a S: Benito. S. Benito ha centrado toda la vida del monje en la búsqueda de Dios: "Si verdaderamente busca a Dios" (RB, 58,7). Aquí conectamos con la justicia de nuestra B. Y esta nuestra búsqueda sabemos que está en un segundo tiempo. Dios nos ha buscado primero. Toda nuestra vida está dentro del clima de la alianza: una respuesta al amor de Dios.

Y sabemos que siempre será búsqueda: nunca podremos decir que le hemos encontrado cara a cara. Una búsqueda que crea búsqueda. Nunca una saciedad plena. Pero nuestra felicidad nace de la fe que crea esperanza, y nace del amor que es participación de Dios. No podemos perder el tiempo: aquí entraría todo el tema de nuestra vida de comunidad, de nuestra presencia en la Iglesia y en el mundo desde nuestra búsqueda de Dios.

Además, S. Benito nos recuerda que nuestra búsqueda de Dios debe realizarse desde el Evangelio: "Ceñidos, pues, nuestros lomos con la fe y la observancia de las buenas obras, sigamos sus caminos, tomando por guía el Evangelio, a fin de que merezcamos ver en su Reino a Aquel que nos llamó" (Prol 21).

 

Conclusión

Os invito a que volváis a leer esta B., la meditéis y la profundicéis desde esa búsqueda de Dios. No para recriminarnos, sino para ver cómo nos ama Dios, cómo nos ofrece su camino de felicidad. Somos llamados, no coaccionados, al encuentro de plenitud con Dios. Somos invitados desde ahora a participar en la plenitud que Cristo ha conseguido en la resurrección, plenamente Hijo de Dios. Aquella humanidad de Cristo ha sido glorificada, ha entrado en la intimidad plena del Padre, gracias al Espíritu que es amor, que es comunión. Esa dicha la tenemos que disfrutar 'desde ahora en la luz de la fe, recordando nuestra grandeza y dignidad.

Pienso que desde esta B. podemos considerar nuestra vida monástica dentro del marco de la alianza. La alianza es la entrega de Dios a la humanidad, a su pueblo, y por nuestra parte, nuestra búsqueda y entrega en el amor: corresponder a la entrega de Dios con nuestra búsqueda y amor. De esta manera nuestra vida entra en la dinámica del amor de Dios y de su bondad inmensa. Dice el Papa Juan Pablo II hablando de la vida religiosa: "En la profesión monástica se imprime la semejanza de aquel amor que en el corazón de Cristo es redentor y, a la vez, esponsal" (Redemptionis donum, 10). Estamos bastante cerca de nuestra B. : "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados".

Pienso que la búsqueda de la justicia, de la voluntad de Dios, ensanchará nuestro corazón para mirar a todas las necesidades del mundo. Todas las necesidades del mundo pueden tener cabida en nuestro corazón.

 

Un testimonio: "Señor, tú eres mi Dios, tú eres mi Señor, y nunca te vi. Tú me has creado y renovado, tú me has concedido todos los bienes y aun no te conozco. Fui hecho, en fin, para verte, y todavía no he hecho aquello para lo que fui hecho.

Entonces, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros? ¿Hasta cuándo apartarás de nosotros tu rostro? ¿Cuándo nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo te volverás a nosotros?

Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que nos vaya bien, ya que sin ella nos va tan mal. Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos...

Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca: porque no puedo ir en busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Que te busque deseando y te desee buscando; que te encuentre amando y te ame encontrándote" (S. Anselmo, Proslogion,1).

 

Como ayuda para la oración podéis tomar los salmos:

"Mi alma está sedienta de ti". "Mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, si agua" (Sal 62, 2 Vulg).

"Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío" (Sal 42,2 Vulg).