Bienaventuranzas III

Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra (Mt 5,4)

 

Hemos visto la Bienaventuranza de los pobres de espíritu. Os recordaba cómo hay que entender esta expresión "pobres de espíritu": es sinónimo de humildad, de disponibilidad ante Dios y los hombres, y os decía que esta actitud la ha realizado plenamente Cristo: De El recibimos el modelo y la fuerza. Cristo nos pone mirando a su resurrección, a la respuesta que ha dado el Padre a su actitud filial de obediencia y humildad.

Todas las demás Bienaventuranzas están de alguna manera incluidas en la primera, en la pobreza evangélica. Las demás son variantes o variaciones del mismo tema. Pero, como veremos, cada una revela un matiz especial de esta pobreza de espíritu.

En esta charla quisiera hablaros de la segunda Bienaventuranza: bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra (Mt 5,4). Es como un desdoblamiento de la primera. "Mansos" algunos lo toman como "no violentos". Con esto ya tendríamos expresado su contenido. Es la Bienaventuranza de los no violentos, de mucha actualidad en nuestra sociedad. Seguiremos el mismo método que para la Bienaventuranza de los pobres de espíritu. Escrutar la Escritura. En primer lugar veremos qué se entiende por "heredar la tierra". Después veremos qué se entiende por manso. Todo esto hay que entenderlo a la luz de la actuación de Cristo. Cristo ha sido el manso y el no violento, y ha conseguido la resurrección. Finalmente, recurriremos a la RB para concretar cómo vivir esto en nuestra vida.

 

1. Ellos poseerán en herencia la tierra. Empezamos por la segunda parte, lo mismo que en la primera Bienaventuranza. Allí era: "De ellos es el Reino de los Cielos": fuente y objetivo de la felicidad de los pobres de espíritu. Aquí el objetivo de la felicidad de los mansos es poseer en herencia la tierra. ¿Qué significa esta expresión? ¿De qué tierra se trata? Tendríamos que decir en primer lugar que se trata de una "herencia", y por lo mismo, es don de Dios, lo mismo que el Reino de Dios en la primera Bienaventuranza.

Dios había prometido a Abrahán la herencia de la tierra de Palestina (Gn 12,7; 13,14-17; 15,7; 28,4), y con esta herencia todas las ventajas: la tranquilidad, la prosperidad, la paz, una larga vida y felicidad. Poseer la tierra en herencia es símbolo de la felicidad plena. Significa algo más que poseer un territorio. Para ello es necesario responder a la alianza de Dios (Dt 4,2).

Con el cautiverio de Babilonia empiezan a mirar al futuro para la realización de esta promesa: "Aquel que se ampare en mí (cona en mí) poseerá la tierra y heredará mi monte santo" (Is 57,13). En este momento la promesa de la herencia empieza a entenderse en sentido escatológico: esto se realizará en la plenitud de los tiempos. En este sentido "poseer la tierra en herencia" es lo mismo que entrar en el Reino de Dios. Es la posesión del Reino mesiánico. Es la esperanza escatológica.

Aquí tendríamos que recordar el Salmo 36 (Vulg.), porque esta Bienaventuranza es una cita del versículo 11: "Los sufridos poseen la tierra y disfrutan de paz abundante". Es un salmo que habla de la prosperidad de los malos y el sufrimiento de los justos. ¿Cómo puede Dios permitir semejante situación? El salmista con una experiencia de sabio responde y dice: la felicidad de los pecadores no dura, y tampoco dura el sufrimiento de los buenos.

Al justo que corre el peligro de perder el ánimo por el aparente éxito del malvado, le dice que no se enfade: No te exasperes por los malvados (1). Y a esta recomendación de evitar la cólera, sigue una recomendación positiva de confiar en Dios: Confía en el Señor (3), sea el Señor tu delicia (4), encomienda tu camino al Señor (5), los que esperan en el Señor poseerán la tierra (9), confía en el Señor, sigue su camino (34), El te levantará a poseer la tierra (34). Por una parte está el consejo de no enfadarse, y por otra, el consejo de confiar en Dios, tomar a Dios como fuente de alegría: "Sea el Señor tu delicia" (4). Aquí está el núcleo de esta bienaventuranza.

Es importante, pues, que consideremos esta imagen de la posesión de la tierra para descubrir la felicidad de Dios, la realización plena del ser humano en el Reino mesiánico, que es a la vez terrestre y celeste. Es una imagen que debe llenarnos de esperanza desde ahora mirando al futuro. Debemos empezar a ser felices desde ahora, desde el momento en que se nos anuncia, porque la palabra de Jesús no puede fallar, y tenemos además la experiencia de Jesús, pero la plena realización será al final de los tiempos. Esta tierra, que se alcanzará plenamente al final de los tiempos, no será conquistada por la fuerza, sino será donación de Dios: herencia.

¿Qué actitudes debemos cultivar ahora, en este mundo, para recibir esa tierra prometida? ¿Qué condiciones para prepararse ya en este mundo esa tierra prometida? Nos queda por ver la segunda parte, que es la primera en el texto.

 

2. Los mansos. Otros traducen: "Los sufridos". ¿Quiénes son? La mayoría de los comentaristas dice que se parecen mucho a los pobres de espíritu: equiparan su actitud con la humildad, con la paciencia activa. Dice un comentarista: "Los mansos son aquellos que no sólo no conocen ni la altivez, ni clase alguna de presunción, que no protestan de su destino, ni claman venganza, sino que más bien con paciencia confían a la Providencia de Dios la hora de su intervención en la historia. Aquellos que no aplican sus esfuerzos en afirmarse y conquistar espacio vital, reciben la promesa que tendrán en herencia la tierra" (J. Schmid, El Evangelio de S. Mateo, pág. 119).

La mansedumbre a la que nos invita Jesús es, pues, sinónimo de calma interior, serenidad, flexibilidad, capacidad de adaptación, de comprensión, de perdón. Manso es la persona que no se deja dominar por la ira o por la impaciencia. No desprecia a nadie. Soporta la adversidad y la prueba. No es insensible, sino humilde. Lo que busca no es aparentar, sino realizar la voluntad de Dios, manifestada en los acontecimientos de la vida.

Pero la mansedumbre no es debilidad, sino fortaleza: "Cuando estoy débil, entonces soy fuerte" (2Cor 12,10). El manso cree en la fortaleza del amor, y renuncia a toda forma de violencia. Quiere luchar sin agresividad por un mundo más justo y humano. Esta mansedumbre es un aspecto, una concreción de la pobreza de espíritu. Es sencillamente una manera de amar a los demás. En la Biblia siempre aparece en relación con las personas, no con Dios. Es no querer maltratar a nadie ni con nuestros pensamientos, ni con nuestras palabras, con nuestros gestos. Es buscar el bien de los demás, para amarlos. Aquí tenemos un campo interesante de conversión. A esa conversión nos invita la manera de actuar de Cristo manso y humilde. De El nos viene la fuerza de la conversión, porque Jesús ha vivido esta Bienaventuranza.

 

3. La mansedumbre de Jesús. No haré más que recordar algunos textos que nos digan cómo actuaba Jesús. En primer lugar, Jesús aparece actuando con mucha misericordia. Cuando los fariseos se escandalizan porque Jesús acoge a los pecadores, les dice: "No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13). Lo que inspira la conducta de Jesús es su misericordia, y ahí se diferencia de los escribas y fariseos. Jesús no tiene miedo de aparecer como débil, sin violencia. Es su método. Desde esa debilidad aparente está comunicando su amor.

Tenemos otro ejemplo en Mt 11,28-30: Jesús se dirige aquí a los que están agobiados por las prescripciones de los fariseos: habían inventado muchos mandamientos que hacían pesada la vida de los creyentes: pesada carga. Jesús tiene una preocupación especial de liberar a los que están cargados de las normas de los fariseos. De esta manera expresa su actitud interior: es manso y humilde de corazón. Desde sus palabras y acciones Jesús enseña el precepto de la caridad.

Los primeros cristianos insistían en esta dimensión de la vida cristiana: Dos ejemplos:

Col 3,12-15: "Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos mutuamente, si alguno tiene quejas contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros".

Flp 2,3-4: "Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés, sino el de los demás". Estas son las condiciones, las actitudes, que necesitamos para recibir en herencia la tierra, para participar en la salvación que nos ha enviado Dios por medio de Cristo y llegar al Reino eterno.

 

4. Finalmente quisiera recordaros algunos textos de la RB donde S. Benito nos aconseja volver al espíritu de esta Bienaventuranza, con el tema de la paciencia.

Lo primero que hace S. Benito es recordarnos la paciencia de Dios, que nos espera y toma tiempo con nosotros: "Al terminar el Señor de proferir estas palabras, espera que nosotros hemos de responder cada día con hechos a sus santos avisos. Que por eso se nos dan en tregua los días de esta vida, para la enmienda de nuestros males, según dice el Apóstol: ¿Ignoras tú que la paciencia de Dios te estimula a la penitencia? En efecto, el piadoso Señor dice: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (Prol 35-36).

S. Benito insiste mucho en la paciencia, no como resignación, sino como participación en la victoria de la cruz de Cristo. Por ejemplo, en el cap. VII, 35: "El cuarto grado de humildad es que en esa misma obediencia, en cosas duras y contrarias y ante cualesquiera injurias que se le infieran, se abrace calladamente en su interior con la paciencia".

La realidad que supone aquí S. Benito es dura: incluso uno puede sentir el abandono de Dios. La solución no hay que buscarla en la lógica, en la razón, sino en la gracia, en la fe. Abrazar significa aceptar con amor, con fe, la realidad, sabiendo que así compartimos el camino que ha recorrido Cristo, y caminamos con El hacia la tierra prometida, hacia la resurrección. Es interesante cómo describe S. Benito la actitud del monje:

calladamente: es la mansedumbre

en su interior: sin hacer ruido

se abrace: con valentía, con amor

con paciencia: participando en la pasión de Cristo

"De esta manera el monje llega a aquella caridad de Dios, que siendo perfecta, excluye todo temor" (7,67). Es la posesión de la tierra. Y este paso es posible gracias al Espíritu: "Lo cual se dignará el Señor manifestar por el Espíritu Santo en su obrero" (7,70).

Para terminar, una alusión al cap. 72, donde S. Benito habla también de la paciencia (72,5). Aquí tenemos varios elementos de nuestra Bienaventuranza:

la masedumbre (3-10)

la participación en Cristo (11)

la vida eterna: la tierra (12)

La mansedumbre crea comunidad, hace posible el amor mutuo: es ya la posesión de la tierra en germen. Es la presencia del Reino mesiánico. Por eso damos importancia a los detalles de la Comunidad, al orden de la casa, a las celebraciones litúrgicas. No debemos despreciar nada de lo que llevamos entre manos, y el aprecio a las personas en construir la tierra prometida, es recibir ya en herencia la tierra.

 

Conclusión

Esta Bienaventuranza nos recuerda que estamos de camino: somos peregrinos, como el pueblo de Israel fue peregrino hacia la tierra prometida. Pienso que es una Bienaventuranza de nuestra cuaresma, camino hacia la Pascua. Para nosotros la herencia de la tierra es la resurrección de Cristo; es participar en la acción en que el Padre ha resucitado a Jesús; es vivir el nuevo engendramiento, la vida nueva, que ha tenido lugar en la resurrección de Jesús; es la humildad de Jesús que entra en la gloria del Padre para ejercer desde ahí su salvación mesiánica.

Cristo nos ofrece recorrer con EL ese canino hacia Jerusalén, hacia el Padre, en una actitud renovada de fe, de serenidad, de mansedumbre. Para entrar en ese camino de Jesús y vivir la Bienaventuranza, necesitamos la fuerza del Espíritu: "Con el gozo del Espíritu Santo" (RB, 49,6). Tenemos que pedir esa luz al Espíritu Santo.

Y una anécdota. En la época de Jesús los fariseos estaban divididos en dos grandes escuelas rivales entre ellas. Estaba por una parte Shammai, el rigorista, y Hillel de la escuela más comprensiva. Hillel era modelo de mansedumbre. Se cuenta de él que un día tenía un invitado. Su mujer preparaba la comida, y en el mismo instante en que iba a servirla, se presentó un pobre, y le dio la comida que tenía preparada para Hillel y el invitado. Y empezó a preparar de nuevo. Cuando la mujer le sirve la comida, Hillel le pregunta por qué había tardado tanto, y se lo explicó. Hillel lo aprobó. Y el relato termina así: "Este es un buen ejemplo para los que tienen impaciencia en la mensa" (J. Dupont, El mensaje de la bienaventuranzas, pág. 43-44).

Termino con una oración:

 

Señor Jesús, que dijiste:

dichosos los sufridos porque

ellos heredarán la tierra;

enséñanos a no envidiar a los poderosos,

sino a confiar con corazón manso y humilde

en nuestro Padre celestial,

pues El distribuye generosamente

a cuantos buscan el Reino de Dios y su justicia.