“la mies es abundante y los obreros pocos”

 

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Retiro de Noviembre

 

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statio

 

Stop. Parada. Pausa.

Deja atrás todo otro asunto. Nada es tan necesario para ti como lo que vas a hacer: tratar con Dios, estar con Dios; escucharle en su Hijo Cristo, Palabra eterna del Padre; acoger en tu corazón, siempre sediento de amor, el fuego de su Espíritu, su llama, sus dones, que nunca viene Dios con las manos vacías, ni viene y se está quieto: mi Padre siempre trabaja y Yo también trabajo (Jn 5,18), dice Jesús. La luz siempre alumbra, el fuego siempre quema. Es lo único necesario. Nunca es el momento ideal, ni el lugar ideal. Siempre, a la hora del encuentro personal con el misterio de Dios, se nos ocurren mil cosas funcionales y prácticas. Vence todas las resistencias y entra en el atrio de la oración… y siéntate como un mendigo a la puerta de Dios. Él no tarda a venir en tu auxilio y se apresura siempre a socorrerte. Él nunca te dará una piedra cuando le pides, humilde y confiadamente, el pan de su palabra; cuando se lo pides como un pobre pequeño, como un hijo, el pan de una palabra suya para ti, que estás tan necesitado…

 

Lectio

 

La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies

(Lc 10,1-9)

 

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meditatio

 

+ Ya os he dicho: mi Padre es Labrador (Jn,15). Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11,27). No lo olvides: mi Padre es el Labrador.

+ Mi Padre sale incesantemente a sembrar, a transformar el desierto en vergel, como anunciaron los profetas. Sobre la noche del mundo, sobre el éxodo perenne de la existencia, amanece cada mañana el solar humano cubierto por el maná que ha bajado del cielo, cubierto por la Palabra eterna de Dios, que permanece como clamor silencioso y perdura e el tiempo, mientras todo cambia.

+ La mies es abundante. Clamor silencioso, música callada (Juan de la Cruz), que sólo algunos atinan a escuchar, en medio de la algarabía de las cosas, de tantas cosas, y de los numerosos tumultos del corazón del hombre, movido por cualquier viento, y tan escasamente guardado por los hombres. Mensaje silencioso de Dios que cubre la tierra: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se los susurra. Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje (Sal 18).

+ Dios es fecundo, es Padre, y siembra la divina semilla. La mies es abundante. Todo es sementera suya. Todo viene de Dios. Todo tiene en Él su origen, su vigor y sustento, su destino. Toda la realidad, todos los seres, son expresión y signo de su fecundidad total, de su activa omnipotencia… Pero este acontecer divino es misterioso, está velado al hombre natural, y sólo lo descubren aquellos a quienes les es revelado. El fin primordial de la Palabra de Dios es justamente revelar, levantar el velo, enseñar lo que el hombre no puede (y a veces no quiere) ver.

+ La mies es abundante. El cielo y la tierra –todo- están llenos de la gloria, de la presencia activa, amorosa, formidable de Dios, de sus obras, de su mies. La mies es abundante y mi Padre es el dueño de la mies. Nada es natural, todo es gracia y don, redención y promesa. Todo alude a un origen divino, no casual… y a un destino también divino, nuevo, eterno, unos cielos nuevos y una tierra nueva (cf Ap,21).

+ La inteligencia humana puede llegar a explicar cómo funcionan los seres, pero el, hombre ignora de dónde vienen y adónde van, porque todo ha nacido de Dios, que es Espíritu, todo tiene su origen en Dios, que es el dueño de la mies. Todo: el cielo y la tierra. Yo soy el Alfa y la Omega (Ap,22).

+ Y todo me lo ha dado mi Padre (Mt 11,25-27). Todo es mío. Mía es, pues, la mies y mía la vid. Yo soy la mies, Yo soy el pan de Dios. Yo soy la vid (Jn,15), Yo soy el vino de Dios, el mejor vino (cf Jn 2,9-10), el vino inagotable que da la ebriedad del Espíritu (cf Hch 2,15).

+ Pero los obreros son pocos, hay pocos obreros de estos misterios. Y nadie puede apuntarse a ser obrero de esta mies, obrero de Dios. Tiene que enviarlos mi Padre. Rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. Los obreros de la mies son hombres y mujeres a quienes la Palabra, que es luz, les ha revelado el misterio de la realidad, de la verdad, que el hombre por sí mismo no puede ver. Los obreros de la mies están, pues, invadidos, atrapados por la Palabra; son por tanto hombres y mujeres que aman y buscan el silencio para la escucha orante de Dios y su Palabra. Son hombres y mujeres conmovidos ante el Verbo de Dios hecho carne, conmovidos ante Mí, que soy la luz del mundo, la verdad, la vida y el camino.

+ Los obreros de la mies son hombres espirituales, hombres y mujeres del Espíritu, hombres y mujeres de Dios, ungidos y conmovidos por el amor tan fecundo, misericordioso y fiel del dueño de la mies: amor que no se limita, sin más, a ser una verdad que convence sino una presencia personal, alguien no algo, que conmueve. Y esto es precisamente lo que transmiten los obreros de la mies.

+ Los hombres y mujeres de Dios, los obreros de la mies, están por todas partes, allí donde los busca y llama Dios, no sólo en los seminarios, en los monasterios, en los conventos. Y, si están en ellos por su cuenta, sin que verdaderamente Dios los haya escogido, son unos intrusos, no son obreros de la mies, ni hombres ni mujeres de Dios. Dios elige al hombre, no es el hombre quien elige a Dios. No me habéis elegido vosotros a Mí, soy Yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruti y vuestro fruto dure (Jn 15,16).

 

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oratio

 

¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti;

mi carne tiene ansia de ti,

como tierra resaca, agostada, sin agua!

Cómo te contemplaba en el santuario

Viendo tu fuerza y tu gloria!

Tu gracia vale más que la vida,

Te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré

Y alzaré las manos invocándote.

Me saciaré como de enjundia y de manteca,

Y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti

Y velando medito en ti,

Porque fuiste mi auxilio,

Y a la sombra de tus alas canto con júbilo;

Mi alma está unida a ti,

Y tu diestra me sostiene.

 

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contemplatio

 

No te quedes, sin más, en decirle a Dios: Mi alma está unida a Ti y tu diestra me sostiene. No te conformes con decirlo, vívelo sin palabras. Vive, aun sin comprender, sin saber cómo se da esta unión con Dios. Sabes que ello acontece en el Espíritu santo, pero no sabes ni sientes cómo. Déjate atraer y cubrir por la nube de su presencia. Permanece en la certeza de esta unión con el Espíritu, que no pueden percibir tus sentidos. Déjale a Dios ser protagonista de este encuentro, déjale ser Dios. Déjate “hacer y sostener por sus manos: Tu diestra me sostiene. Vive sin palabras esta experiencia de fe, esta experiencia de amor incomparable, más allá de todo amor que tú conoces y de toda experiencia de los sentidos.

Cierra los ojos como para que nada te distraiga de sus ojos, de su mirada sobre ti, de su presencia… y ámale humildemente, silenciosamente, todo el tiempo que puedas.